Argentina se enroca; una vez más
El gobierno argentino de Cristina Fernández lleva algunos
meses sobreexpuesto, para bien y para mal. Tras la polémica expropiación de la
filial de la petrolera española Repsol en ese país (YPF), el Ejecutivo de
Buenos Aires sigue amagando con medidas proteccionistas que están soliviantando
a una parte de la comunidad internacional. La Unión Europea (UE) acaba de
presentar una queja ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por las
restricciones argentinas a las importaciones de sus productos. Más allá de las consideraciones
que despierten en cada quien la postura autárquica del Gobierno de Fernández,
conviene destacar una contradicción manifiesta: la imposibilidad de jugar en el
actual sistema capitalista con otras reglas que no sean las que imponen los
mercados y las torres de control financieras. Cualquier modificación de estos
ordenamientos, por mucha rectitud que arrastre la iniciativa, convierte al
hacedor en objeto de sospecha internacional y lastra su singladura. La cuestión
es mucho más simple: o se acatan las reglas del juego o se rompe la baraja. No
caben medias tintas ni ocurrencias, por procedentes que sean, en plena partida. Las causas justicieras, unilaterales, tienen los días contados en
un sistema tan esencialmente asimétrico como el que nos ocupa. En definitiva,
paños calientes, en este caso argentinos, que acabarán enfriándose rápidamente.
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