El irresistible declive de Europa


No cabe ya recurrir a los eufemismos para retratar lo que está sucediendo con la Unión Europea (UE). Sencilla y llanamente asistimos a un derrumbe del empeño comunitario que jamás se concretó en función de los intereses colectivos. Todo lo contrario. Los ímpetus, sobre todo en los últimos tiempos, se canalizaron mayormente hacia la salubridad de los mercados y la monetarización de una zona que ofrece ya síntomas muy preocupantes de desfallecimiento. La clamorosa ausencia de una política exterior común, ante la renuencia de los socios europeos a ceder soberanías que siguen siendo intocables, la apuesta por la competitividad y la eficiencia medida en términos mercenarios, el amurallamiento continental que nos empobrece a todos, la sumisión a los dictados financieros, la degradación y las corruptelas que han ido echando raíces en Bruselas y la inoperatividad de un parlamento meramente figurativo, repleto de vividores, son algunos de los ingredientes que han contribuido a la progresiva anorexia del ideal comunitario. El último signo de la descomposición de una UE que navega errática y a varias velocidades: el amago de Francia y Alemania de resucitar las fronteras tradicionales y reforzar los controles policiales cuando los inmigrantes amenacen con una avalancha. A la vista de lo realmente logrado en los últimos decenios, cuando repiquen las campanas muy pocos echarán de menos a esta Europa autista y cada vez más enrarecida.

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