El perfecto desconocedor

El duque de Palma, Iñaki Urdangarin, ha pretendido figurar como el mayor de los cándidos en su comparecencia ante el juez José Castro, que lo trató a veces con guante de seda y otras de forma más destemplada, cuando su paciencia se colmaba ante los reiterados vacíos de memoria del aristócrata español. El yerno del Rey insistió una y otra vez en el proceso que se le sigue en un Juzgado de Palma por supuestas y variopintas corrupciones, en su desconocimiento de todas las tropelías que se armaban a unos cuantos metros de donde anidó cómodamente durante años. No sólo eso. También acusó a su ex socio en el instituto Nóos, Diego Torres, de facturar cuanta trama empresarial sirvió para desviar fondos públicos a empresas que, por arte de birlibirloque, servían para aumentar el patrimonio del Duque de Palma. Pero más allá de la endeble parafernalia de Urdangarin y de su actuación, más propia de una ópera bufa que de un Juzgado, el juicio tiene un trasfondo mucho más inquietante, ya que está perfilándose como el ejemplo más acabado de que no todos, en este país de países, son iguales ante la ley. Una obviedad que produce bochorno sacar a colación; pero que hay que reflotar ante la última ocurrencia del rey Juan Carlos que, con motivo del escándalo protagonizado por su yerno, reivindicó equidades justicieras en el vecindario hispano cuando él, precisamente, constituye la excepción ya que la Constitución ibérica convierte al monarca Borbón en una figura inviolable y, por lo tanto, inasequible a la Justicia por más que su conducta pueda hacerse merecedora de sanción. Pero no sólo el Rey cuenta con trato de favor, en su caso legalizado. Sus allegados también, al igual que todos los que de una u otra manera gestionan los poderes que realmente cuentan desde muy distintas instancias. Creo que difícilmente saldrá del Juzgado del Palma una sentencia ejemplarizante. Las patentes de corso se mantienen más que lozanas en nuestros días y el largo y oneroso recuento nos recuerda que los tribunales se muestran tanto más inflexibles cuanto más vulnerable es el inculpado. Ojalá me equivoque y en este mismo blog tenga que rectificar y reconocer que, al menos de manera excepcional, el rasero de la justicia en este caso fue el que convenía al colectivo en su conjunto y no a los adinerados de turno.

Comentarios