La degradación de Hungría

El progresivo deterioro de la convivencia húngara es un buen ejemplo del estropicio causado en los países del bloque comunista cuando se apostó de la noche a la mañana por la irrupción en un capitalismo salvaje tras varias décadas de proteccionismo y aislamiento económico. La velocidad con la que se produjo un cambio que debería haber sido gradual, convenientemente gestionado para que las libertades llegaran sin hipotecas, y las toneladas de improvisación volcadas en el proceso, arrojan un saldo desalentador en la mayoría de los países del este de Europa. La corrupción, la tentación autoritaria, el asentamiento de mafias políticas y empresariales y el oportunismo político se hallan presentes de una forma o de otra en buena parte de estos países que sufrieron una catarsis definitivamente traumática y que no han podido reestructurarse tras el brutal desmantelamiento del antiguo régimen. En Hungría, un antiguo disidente de la era comunista, Viktor Orbán, se perfila como el nuevo iluminado de la región desde el conservadurismo nacionalista que predica. Con la excusa de culminar la transición a la democracia, Orbán acumula poderes, domestica al parlamento y se empeña desde el gobierno en hacer un país a la medida de sus delirios, mientras la cada vez más alicaída Unión Europea se mantiene impasible ante la deriva autoritaria y la progresiva polarización de Hungría.

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