Cifras contaminadas

Suele ser habitual que las autoridades españolas establezcan comparaciones en términos absolutos para evidenciar el bajo costo de determinados servicios locales contrastándolos con los que existen en otras latitudes. La treta funciona, aunque esté cargada de alevosía. Es el caso del Metropolitano madrileño que alardea de tener el billete sencillo más barato de todas las grandes capitales europeas y de ofrecer mejores servicios que todas ellas. Sin embargo, si relativizamos la oferta y comparamos los salarios mínimos que existen en las urbes de referencia, comprobaremos que el billete del metro madrileño es por el contrario uno de los más caros, ya que el poder adquisitivo de los vecinos de la capital española se sitúa muy por debajo del que distingue a los habitantes de otras ciudades europeas. Lo mismo ocurre cuando se barajan cifras como la renta per cápita de un país que sirven para medir presuntos índices de prosperidad y que en realidad derivan de estadísticas cojas, muy cojas, porque se promedian ingresos totales en bruto cuando las diferencias entre las rentas más altas y las más bajas son abismales, sin que ello quede reflejado en un balance engañoso, meramente virtual.

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