La problemática rusa trasciende a Putin

En estos tiempos en los que la prensa en general suele aceptar las declaraciones más inverosímiles sin cuestionar al parlante, es normal que se encaje con la mayor naturalidad la última declaración del ex presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, reclamando la renuncia del primer ministro ruso Vladimir Putin, en el marco de las protestas contra los resultados de las recientes elecciones parlamentarias.
Resulta cuando menos sorprendente que uno de los mayores hacedores de la precipitada y desastrosa reconversión de la antigua URSS en un collage de repúblicas donde se instaló el capitalismo más salvaje, convoque hoy a la ética para demandar que sus herederos renuncien a los cargos casi vitalicios que el propio sistema promueve, basado como está en una democracia deficitaria y una precaria sociedad civil, frutos ambas de la clamorosa improvisación con la que Gorbachov y su equipo procedieron a desmantelar un Estado cuya complejidad requería mucho más tiempo y energías para que se produjera un efectivo reciclaje del mismo.
Sin embargo, lejos de cuestionar la catadura de Gorbachov y su responsabilidad en el desaguisado, el ex Presidente sigue figurando en las primeras planas como el líder moral del revolucionario cambio que ha desembocado en una nueva nomenclatura en la que las mafias políticas y la oligarquía compiten por el poder en una Rusia nacida sobre todo de las luchas intestinales del antiguo régimen, la orfandad ideológica y la obsesión por el lucro.
El problema de Rusia abarca mucho más que el egocentrismo de Putin, que es el síntoma más notorio de la grave enfermedad que aqueja a ese país ciertamente descompuesto.

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