El sometimiento a la corona

La mayoría de los medios de comunicación y comentaristas de los más variados nichos han vuelto a rendir pleitesía al rey Juan Carlos con motivo de su último mensaje navideño. La causa de la devoción: la referencia que el monarca español hizo a las supuestas andanzas fraudulentas de su yerno Iñaki Urdangarín, investigado por haber lucrado en numerosos frentes. Bastó pues un levísimo apunte de Juan Carlos al asegurar de puntillas que la justicia es igual para todos y que las acciones censurables deben ser juzgadas, para que los que comen a diario del gran pesebre salieran en tropel a cantar las excelencias éticas del jefe de la casa real. Por supuesto, aparte de esta obviedad, que tampoco es del todo cierta ya que la justicia en España no es la misma para todos si nos atenemos al blindaje, institucional y costumbrista, del que disfrutan algunos destacados miembros de la monarquía, no hubo en el discurso real el menor amago de autocrítica. Por descontado también, tampoco mencionaron los aduladores el insignificante hecho de que Juan Carlos conoció de primera mano las irregularidades de Urdangarín, según distintas versiones de prensa, cuando éste comenzaba a amasar fortunas mal habidas, si es que existe alguna riqueza inocente, y que le recomendó expresamente abandonar territorio español antes de que se enmarañara su currículo, después de haber contribuido a que el yernísimo fuera millonariamente contratado por la multinacional Telefónica. En este contexto, alabar la más que tibia mención del monarca en su discurso al caso de Urdangarín es un gesto gratuito, que sólo puede tildarse de miserable. Hay que llenar de contenido las afirmaciones, replica con toda razón Izquierda Unida, el único partido español a nivel estatal que se ha desmarcado de los aleluyas al caudillo que ya suenan a fastidiosa charanga por estos lares.

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