Tendencias que hay que corregir

En este país de países tendemos a propasarnos con excesiva facilidad, quizás porque la memoria es flaca y el ejercicio de las libertades más que intermitente. Viene a cuento la reflexión tras la reciente expulsión de una joven musulmana de un instituto público madrileño por llevar hiyab (velo islámico) durante la realización de un examen. Cuando acudió a la prueba, el profesor de la materia le pidió que se quitara el pañuelo, porque le cubría las orejas, algo que no está permitido debido al incremento de alumnos que acuden al instituto con dispositivos electrónicos para poder copiar. La chica se negó y fue expulsada del centro, lo que desmerita al profesor que, según se desprende de su actitud, considera cruciales los exámenes para medir un rendimiento académico que tendría que ser monitoreado a lo largo del curso y al que este tipo de pruebas deberían aportar sólo valor añadido, sin más. El Ministerio de Interior, según alega el abogado de la joven musulmana, ha establecido las reglas claramente: se puede llevar el hiyab en el DNI siempre que se dejen al descubierto los rasgos identificativos (desde el nacimiento del pelo hasta el mentón). La joven de 14 años aseguró que había decidido llevar la prenda desde hacía algunos meses por iniciativa propia y, aunque sigue yendo a clases mientras el claustro adopta una decisión al respecto, su expulsión se produjo sin miramientos, en aras de ese hipercorrectismo que tantas abolladuras causa en la vivencia cotidiana, porque no es otra cosa lo que está en juego en éste y en otros casos. Por lo demás, no es lo mismo salir a la calle con un hiyab que permite la identificación del usuario en cualquier circunstancia, que la ocultación parcial o total del rostro tras una rejilla y previa coacción marital o familiar. Nos olvidamos de que en este país, y no hace de eso tantos años, muchas mujeres sobre todo del medio rural llevaban un pañuelo negro similar al hiyab islámico sin que nadie se alarmara, siendo que la utilización de aquel tenía también un origen religioso, como el de la exhibición desmedida de cualquier luto. Convendría ser mucho más moderados en nuestras pretensiones neodemócratas y calibrar más atinadamente los usos y costumbres de los otros, tolerando en este caso el hiyab como hicimos con el pañuelo negro durante siglos y del cual quedan todavía vestigios bien visibles en algunas pequeñas localidades de este país.

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