Sobre el denostado populismo

Más que llegar a conclusiones, me interesa poner sobre este tapete objeciones, matices y desde luego también algunas inquietudes a propósito de ese “populismo” que con tanta alegría (y alevosía) se emplea para caracterizar a algunos regímenes, especialmente latinoamericanos.
Yo de entrada cuestionaría el empleo del término populista, que es francamente despectivo y que tiene una carga demagógica, para calificar a regímenes surgidos de las urnas, en circunstancias avaladas por los organismos internacionales de supervisión y en algunos casos en repetidas ocasiones, como sucede en Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Es un término desacreditador y que, desde luego, condiciona malamente cualquier aproximación cabal a realidades tan complejas como las que nos ocupan.

Por razones geoestratégicas o meramente ideológicas estos países latinoamericanos donde se asientan gobiernos de izquierda, soberanistas y cuestionadores de las reglas de juego a nivel internacional, están sobreexpuestos y son monitoreados con un rigor y una constancia que no se utiliza con otros regímenes con los que la comunidad internacional y en especial occidente son mucho más permisivos, a pesar de sus notorias carencias democráticas.
Este rastreo pertinaz provoca que los errores, que los hay evidentemente, o las declaraciones inoportunas, adquieran una resonancia desmedida, que es convenientemente aireada y utilizada para menoscabar la legitimidad del gobierno que se halla bajo sospecha.
En algunos casos, ciertos medios utilizan calificativos muy poco apropiados para referirse a un presidente democráticamente elegido, como el de “gorila rojo” que se aplica al presidente Hugo Chávez sin el menor recato. Y éste es un reflejo claro del profundo desprecio que algunos tienen hacia experimentos sociales en los que sólo se indaga para minarlos y que han condenado de antemano sin darles la menor oportunidad.
Parece evidente que la elección de estos gobernantes latinoamericanos a los que nos referimos y el grado de popularidad del que gozan todavía a pesar de las campañas en su contra, indican claramente que un porcentaje más que significativo de esas sociedades aspira a otros modelos de convivencia, tras muchos años de experiencias democráticas tan formales como frustrantes en términos de progreso colectivo, como es el caso de Venezuela y de otros países de una zona en la que los avances sociales, con democracia formal incluida, se siguen midiendo en términos milimétricos.
Cuando hablamos de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Perú, no estamos refiriéndonos a países aislados, sino a naciones plenamente integradas en la comunidad internacional, que participan activamente en sus foros. También hablamos de países que, más allá de los desacuerdos puntuales, mantienen una estrecha relación con sus vecinos. Y hablamos también de países que buscan una mayor integración regional y una mayor soberanía política y económica para adquirir peso en el escenario mundial. Todas estas aspiraciones son legítimas.
Obviamente, en países donde la crispación ha echado más raíces de las debidas, los abusos o las reacciones desmedidas surgen con mayor facilidad. Pero a pesar de ello, en todos estos países tachados injustamente de populistas, existen elecciones democráticas, instituciones de Estado apegadas a derecho y una oposición política que milita con fuerza.
Sí es cierto que los encontronazos entre algunos gobiernos latinoamericanos y los medios de comunicación han sobrepasado en ocasiones los límites de lo razonable; pero es igual de cierto que algunos medios han llevado a cabo, y continúan haciéndolo, operaciones abiertas de acoso y derribo contra Gobiernos legalmente constituidos.
Por lo tanto, estos Ejecutivos no pueden consentir que algunos medios de comunicación hagan continuos llamados al sabotaje, desacreditando la figura presidencial con insultos e injurias que en cualquier país occidental estarían penalizados. Parece lógico que los gobernantes elegidos democráticamente actúen judicialmente contra los infundios o las calumnias que se publican en los medios hostiles, lejos de ese periodismo responsable y profesional que debe prevalecer en cualquier sociedad democrática y que está también en la obligación de denunciar los abusos del poder siempre y cuando los desentrañe y documente como es debido.
Por qué se consideran populistas regímenes como el venezolano, el ecuatoriano, el peruano o el boliviano y no el uruguayo, el brasileño o el argentino. Yo creo que la diferencia estriba en que unos han planteado el desafío al sistema capitalista como parte medular de su gobierno, junto a una agenda soberanista que incomoda en muchos casos, sobre todo cuando el país en cuestión alberga recursos naturales de primera magnitud, como son los casos de Venezuela y Bolivia.
Sinceramente, me parece simplista abordar de manera preponderante los fenómenos latinoamericanos en términos de mayor o menor democracia, en última instancia formal, porque la democracia integral sigue alejada de la realidad continental. Pienso también que el enfoque eurocentrista sigue primando a la hora de radiografiar muchas de las realidades latinoamericanas, con todo lo que implica de distorsión y ninguneo de las claves autóctonas.
En definitiva, en estos regímenes a los que creo que de manera inadecuada se nombra como populistas, se han dado excesos por supuesto; pero creo que su abordaje se debe realizar desde la reflexión, el rigor y el contraste de fuentes y no desde el prejuicio y la descalificación sistemática, en muchos casos más que sesgada porque son muchos los intereses económicos en juego y evidentemente los distintos actores se posicionan en consecuencia.
La democracia no garantiza por sí misma una mayor justicia social y un más equilibrado reparto de la riqueza, que son cuestiones que siguen urgiendo en América Latina y para las que no existe hasta ahora ninguna hoja de ruta medianamente exitosa. Por lo que en lo personal, cualquier alternativa que pretenda atajar la miseria, la hambruna y la desigualdad social me parece más que bienvenida, llámese como se llame.

Comentarios