Cataduras morales

Hay personajes cuya catadura moral está bajo mínimos. Es lo que le sucede a un tal José Carlos Díez, jefe de economistas de Intermoney y profesor de la universidad de Alcalá. En unas declaraciones al diario El mundo que no tienen desperdicio, este personaje se atreve a decir sin el menor sonrojo que, si no fuera por la avaricia y la codicia, el hombre seguiría andando todavía a cuatro patas por el parque nacional de Serengueti (Tanzania). Hace falta tener el estómago muy acorazado para soltar tamaña sentencia. Y hay que ser también un ignorante supino para basar el progreso humano en semejantes motores. Más bien fueron la inquietud y la curiosidad de los más avispados las que facilitaron nuestro progresivo despegue, acompañadas de una buena dosis de rebeldía y arropadas por los espíritus contestatarios de turno, siempre necesarios. No hay un solo personaje que haya pasado buenamente a los anales de la historia por su avaricia o su codicia. Todo lo más, devinieron en figurantes navideños de alguna que otra novela de Charles Dickens. Para que algo permanezca y sea útil al colectivo, se necesita mucho más sustento que el proporcionado por los coletazos de esos tiburones a los que el profesor intenta rescatar de la infamia. Eso sí, y como resulta previsible, Díez se define como un economista new age.

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