Mentes obtusas

Increíble que en un país que presume a los cuatro vientos de modernidades varias y donde el manual del correctismo se ha estirado hasta rozar el esperpento, se siga permitiendo un espectáculo tan bochornoso y cruel como el de Tordesillas (Valladolid), donde los vecinos se divierten con un toro acosado por mozos que, a pie y a caballo, lo alancean con cuchillos, palos, puyas y estoques hasta la muerte. El valiente españolito que le ha dado la puntilla a la res acabando con su vida tras muchos minutos de agonía, se llama Oscar Bartolomé, que al término de su hazaña ha declarado ufano que se siente como Dios. No es de extrañar, si revisamos el incalificable manifiesto del Patronato del toro de la Vega redactado en el año 2000 y en el que define la ceremonia de tortura como “un rito ancestral mediante el cual se expresa el modo de ser de un pueblo (…) una fuente de la que torneantes, lanceros y gentes de nuestra tierra obtenemos grandes bienes inmateriales a cambio de sufrir grandes trabajos y peligros”. ¡Menudo modo de ser y menudas rentas! Estas actividades propias de descerebrados tendrían que haber sido prohibidas con la misma ligereza con la que las autoridades han impuesto otros vetos, algunos de ellos polémicos, en aras de una mayor higiene colectiva. Quienes disfrutan maltratando a un animal, se hallan muy cerca de emplear la misma saña con sus congéneres. El martirio de los toros alentado por las autoridades locales vallisoletanas es una clara muestra de que en este país de países no sólo abundan los nuevos ricos, los nuevos demócratas y los nuevos europeos; también los catetos crecen como setas por estos rumbos.

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