De la despreocupación, al abismo

José Luis Rodríguez Zapatero es un militante del optimismo, distinguido, y como tal se ha venido comportando desde que asumió el poder en 2004, a pesar de que la realidad le ha desmentido en varias ocasiones. Su último error garrafal lo cometió cuando, una y otra vez, restó gravedad a la crisis económica que se había instalado en este país de países. El Presidente insistió en su mensaje tranquilizador, pero sin adoptar ni una sola medida de calado. Cuando se vio obligado a intervenir, ya era demasiado tarde. Es evidente que son muchos los responsables de la anemia galopante que sufre España; y Rodríguez Zapatero, como gran gestor de la cosa pública, se encuentra entre los culpables del descalabro que se presumía desde hace al menos dos décadas, cuando la burbuja inmobiliaria comenzó a tener dimensiones extraordinarias sin que hubiera reemplazos. Nos enteramos ahora que el Presidente reconoció el pasado mes de agosto en una reunión con los líderes sindicales que la economía ibérica se encontraba al borde del abismo y que el rescate financiero era una posibilidad que había que barajar. Todo lo contrario de lo que mantiene en público; él y también su equipo que no cesan de repetir consignas balsámicas cuando las veletas apuntan en sentido contrario. En momentos críticos, la comunicación desde el Gobierno resulta imperativa. Y la claridad, doblemente necesaria, aunque sólo sea para no irritar más a una ciudadanía malhumorada y confundida. Sin embargo, el inquilino de La Moncloa ha preferido abonarse al autismo tras mantener una conducta exultante, que no se corresponde con el rigor y la sensatez que deben acompañar al político en cualquier circunstancia, sobre todo en tiempos de adversidad.

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