Vuelven los pixeles selectivos

El ultracorrectismo que se estila por estos lares ibéricos, carece del menor protocolo a la hora de ser instrumentado. Y de ahí que se eche en falta una respuesta homogénea por parte de esos bienhechores que decidieron un buen día que las imágenes de los menores capturadas sin consentimiento paterno no debían ser objeto de mercadeo. Loable intención, sin duda. El problema estriba en que no todos los niños reciben el mismo trato. Si son blancos y europeos, el pixelado de sus rostros está asegurado en las páginas de cualquier medio de comunicación. Pero si los pequeños proceden del llamado Tercer Mundo y, además,  tienen la piel negra, el desvelo por la infancia flojea y los resultados son los que están a la vista en la fotografía que adjunto más abajo y que lleva por pie: dos niños alimentados con una sonda en un hospital de Mogadiscio.




La instantánea, publicada a cara descubierta, pertenece a la agencia AP; pero no importa la firma, porque los despropósitos beben de casi todas las fuentes reconocibles. El correctismo llevado al límite suele devenir en un acto de solemne estupidez. Y si la labor preventiva se ejerce de manera discriminatoria, a la estupidez hay que sumar el esperpento, inmoral para más señas. Puestos a darle la vuelta al cada vez más extendido correctismo, cabría pensar maliciosamente que el pixelado de ciertos menores tiene como encargo evitar cualquier ataque judicial de sus tutores, por lo general famosos y pudientes. Cuando el pequeño es africano, asiático, latinoamericano, y de padres desposeídos, nada que temer, por lo que no procede el enmascaramiento de la criatura hambrienta en este país de nuevos ricos (cada vez menos) y tan presto a aleccionar al resto del mundo en tareas varias, cuando hace apenas unas décadas andábamos con taparrabos, en lo que a libertades y dignidades colectivas se refiere. Pero la inmodestia llegó para quedarse. Y ahora instruimos a los demás en el uso del pixel, eso sí, selectivo, muy selectivo.

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