Londres calienta también las plumas

Los graves disturbios que están teniendo lugar en Londres son de una complejidad extraordinaria, por lo que cualquier aproximación debería realizarse con los suficientes pertrechos. Sin embargo, las protestas callejeras trufadas de pillajes y actos vandálicos están sirviendo mayormente para que unos y otros se posicionen después de haber facturado su particular mapa de los hechos.
Sin duda alguna, en los sucesos londinenses existe una semilla de profundo y arraigado descontento, fruto de la marginación social y el desclasamiento que padecen amplios sectores de la población que en los últimos años han visto mermadas sus posibilidades de subsistir como consecuencia de los severos recortes en las partidas públicas que fueron entronizados por la conservadora Margaret Thatcher y más tarde por el inefable Tony Blair, del partido laborista. Las comunidades afroasiáticas, mucho más desprotegidas por cien razones socioeconómicas, han resentido especialmente los tijeretazos de los sucesivos gobiernos británicos y de ahí que protagonicen buena parte de la rebeldía que se alimenta fundamentalmente de esa anorexia estatal que ha tenido un crecimiento exponencial gracias a la contención del gasto público y a la cadena de privatizaciones que el actual Primer Ministro David Cameron estirará al máximo, como corresponde a su rancio ideario. Si a este coctel le añadimos la anemia ambiental y la falta de oportunidades, no sólo laborales, que rigen en el mundo juvenil, obtendremos una peligrosa mezcla de explosiones inciertas. En cualquier caso conviene acercarse al escenario londinense con todas las cautelas y evitar la sacralización de los actores de uno u otro bando, ya que en esta historia son muchas las páginas que se solapan. Forzando el parentesco, lo que está ocurriendo en Londres sólo guarda relación con los violentos brotes surgidos en la periferia de París en 2005, y que fueron liderados por jóvenes y sufridas minorías étnicas que se movieron entre las reivindicaciones sociales y la devastación, espoleadas sin duda por la ausencia de respiraderos.

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