Las muy opacas redes sociales

El asalto a la realidad no puede practicarse continuamente desde el anonimato, como acostumbra hacer la inmensa mayoría de los que concursan en los foros y redes sociales más populares. El ocultamiento de personalidad sólo procede en casos extremos porque, de lo contrario, lo que denota es aprensión y falta de arrojo de quien se ampara en el pseudónimo para lanzar todo tipo de ocurrencias. Los latigazos que se producen a una increíble rapidez y bajo el paraguas de la impunidad no pueden generar sino una cascada de apreciaciones frívolas, sin sustento, cuando no lamentos desentonados, pataletas puntuales o pullas ordinarias que apenas sirven para descargar adrenalina; por no hablar de los trolls, que desde el anonimato tienen el campo más que abonado para dar manotazos a diestro y siniestro sin que nadie les pase factura. Cierto que hay intervenciones oportunas, sensatas, constructivas; pero son las menos.
La casi totalidad de los integrantes de las redes cibernéticas en boga, actúan al amparo de un sobrenombre o de una identidad real pero incompleta, ya que se sienten a gusto siendo horda; lenguaraz para más señas. Sin embargo, el enmascaramiento los invalida como agentes sociales, porque para ejercer la crítica en un foro hay que balconear previamente nombre y apellidos si no se quiere caer en el linchamiento telemático o el engorde de la banalidad, que es lo que mayormente ocurre. Hablamos de honestidad, algo indispensable en cualquier trueque o juego colectivo donde no caben posturas apócrifas.
La factura de cualquier texto (opinión, comentario o crítica) que vaya a circular profusa o medianamente por la red, expuesto en última instancia a las miradas de la gran tribu cibernética, obliga a elegir con cuidado los ingredientes aunque sólo sea para que los demás no pierdan su tiempo leyendo párrafos inútiles, absolutamente prescindibles, cuando no majaderos o simplemente estúpidos. Por lo demás, y según diversos estudios, apenas una cuarta parte de la nómina de las redes interviene de manera activa en la elaboración de los mensajes lo que, sumado a la existencia de numerosos foros en los cuales los internautas sí intercambian buenamente conocimientos y experiencias en función de sus inquietudes, hace de muchas redes masivas y anónimas una herramienta deficiente y temeraria, porque la impunidad que habita en ellas dificulta notablemente cualquier respuesta eficaz contra los destructores de turno. Mejor sería que los francotiradores que abundan en muchos foros y redes sociales utilizaran sus disfraces para participar en una ópera bufa o en los carnavales al uso, tan veniales, tan coloridos, tan rebosantes de glamur y donde cualquier ocurrencia, por estúpida que sea, causa alborozo en el resto de los embozados. Cuando se atrevan a quitarse la máscara, bienvenidos al espectáculo que cuenta, en el que es necesario lidiar a pecho descubierto para ganar cierta autoridad moral y poder actuar en consecuencia. Por descontado, los mismos criterios de transparencia deberían regir para todos los espacios compartidos de la red, de tal manera que la inmunidad que otorga cualquier pseudónimo injustificado a la hora del pronunciamiento, deje de ser patente de corso para desaprensivos, chascarrilleros o bobos con iniciativa, por más que los egos de turno se resientan con una masiva pérdida de seguidores, todos ellos fingidos. Me consta que el pensamiento correcto que tan estupendo acomodo ha encontrado entre nosotros, avala la intervención indiscriminada en foros y redes de cualquier tecleante, más allá de su solvencia. Y no me refiero a la económica, obviamente. Sin embargo, a mí me parece un error alentar la participación de quienes pudiendo airear sus señas para hacerse valer ante los demás, prefieren lanzar la piedra desde el anonimato, cómodamente agazapados en sus trincheras.

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