Otra caza de brujas

Fernando Sánchez Dragó no es santo de mi devoción, por múltiples causas. Pero ninguna de ellas guarda relación con su literatura, sino con el argumentario que se gasta, sobre todo cuando habla de política. Es por ello que, sin sumarme al manifiesto en el que un grupo de escritores e intelectuales deplora el acoso y derribo al que está siendo sometido por sugerir en un libro, y antes a viva voz, sus aventuras sexuales con dos menores de edad japonesas, me permito expresar mi solidaridad con una causa que considero irrenunciable, porque está íntimamente ligada a la libertad sin trabas del creador, de cualquier creador. Sánchez Dragó ya ha reiterado que se trata de un comentario literaturizado, hiperbolizado vaya, y que como tal se debe interpretar. Asombra pues la insistencia de tanto puritano, paradójicamente surgido de las filas socialistas, que pretende llevarlo a la hoguera por trabajar un filón que en el mundo de la literatura ha sido ya explotado multitud de veces, con mucha más insolencia y hondura, por geniales subversivos. Basta leer a Nabokov o a Bukowski para certificarlo. Que la ministra de cultura, partidaria de la quema de quien ha sido ya condenado por su verbo, se atreva a soltar la patochada de que la literatura no puede convertirse en coartada, dice mucho de la insoportable levedad que amaga con quedarse. El correctismo en el que se han instalado muchos de nuestros políticos que ejercen el buenismo a destajo, amenaza con mandarnos a un mundo contenido, propio de ursulinas. El caso de Sánchez Dragó muestra de nueva cuenta que buena parte de la izquierda, lamentablemente, sigue siendo incapaz de gestionar muchas de las contradicciones propias de la existencia, esa bipolaridad que, en mayor o menor grado, habita en todos nosotros y que ha generado a lo largo de la historia tantas miserias como prodigios. Y probablemente por eso, en ocasiones como la que nos ocupa, prefiere esquivar la complejidad y echar mano de la cirugía. Agrego parte del artículo que escribió Sánchez Dragó en defensa propia, tras haber sido acusado en diversos medios y por variopintos políticos de desviado sexual, merecedor de un castigo ejemplar.

¡Qué barbaridad! ¡La que se ha armado! Efecto mariposa, tormentas en vaso de agua, mosquitos muertos a cañonazos.
¿Un artículo aclaratorio y exculpatorio? En mi vida me he visto en tal aprieto… ¿Cómo escribir sobre lo insignificante? ¿Cómo narrar lo que nunca sucedió? ¿Cómo pedir disculpas donde no existe la culpa?
No es la primera vez que me implican en avisperos como éste. De niño también lo hacían. Estoy acostumbrado.
Ante todo, una pregunta ingenua: ¿por qué la práctica totalidad de las cabeceras mediáticas que me ponen en solfa lo son de un determinado signo ideológico?
Y otra: ¿por qué lo hacen ahora y no en el momento en que, tras la aparición del libro, Albert Boadella fuimos pasando de periodista en periodista, de radio en radio, de tele en tele, de ciudad en ciudad, y nadie, por muy progre que fuese, dijo lo que ahora, algunos, dicen?
Dios los cría… lleva siete semanas en la calle. Se ha vendido bien. Ha salido ya la segunda edición. Muchos han sido sus lectores. Nadie, que yo sepa, se había hecho eco, hasta ayer, de lo que ahora mueve a escándalo. A mi correo, a mi teléfono, a mis ojos y a mis oídos, en público y en privado, han ido llegando comentarios de los lectores. Todos, sin una sola excepción, eran y son elogiosos. Ninguno, sin una sola excepción, menciona la trivial, hiperbólica, epatante y muy literaria y literaturizada anécdota convertida en casus belli.
Una vez dicho todo esto, y para zanjar el estúpido debate abierto por la maledicencia, la hipocresía, el sectarismo y el sensacionalismo en torno a una nimiedad, añado, de corazón, que, si a alguien que no sea un chacal, sino una persona decente, ha ofendido mi comentario, le brindo mis disculpas -los escritores, eso es cierto, tenemos la lengua muy larga- y le pido perdón.
¿Cómo no voy a hacerlo si mil veces he dicho y he escrito, en nombre de Buda, de Jesús y de tantos otros, y de mí mismo, que eso, el perdón, honra no sólo a quien lo da, sino también a quien lo recibe?
Juro, además, por mi honor, y por si alguien lo considerase necesario, que nunca, en ningún lugar, fuera de los juegos de mi infancia, he tenido trato erótico de ningún tipo con personas menores de edad.
Lo que, en cambio, no puedo decir es mea culpa, porque ni la hubo ni yo, en consecuencia, me siento culpable.
Ahí va mi mano abierta. Estréchela quien lo desee.

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