El insufrible correctismo

Siempre me ha llamado la atención esa reciente manía de pixelar los rostros de los menores que aparecen en pantalla o que son fotografiados. Se trata de salvaguardar su identidad frente al acoso mediático, aseguran los celadores que tanto abundan últimamente. Pero las preguntas llegan en tromba : ¿para qué? es que ¿hasta que a alguien se le ocurrió la original idea de difuminarlos en sus apariciones públicas, los menores vivían en la desprotección? ¿cómo es posible que en este país no saltaran mucho antes las alarmas ante tamaña orfandad? Y todavía más: ¿cómo se entiende que en otras latitudes no sigan el aleccionador ejemplo ibérico y se obcequen todavía en exhibir a sus menores sin recato alguno?
Algún hereje podría replicar que la disolución de los rostros infantiles, que además se lleva a cabo de forma aleatoria, es un brote más de esa afectación exagerada que entró de sopetón en este país para sacralizar a la gente menuda y responsabilizar de manera desproporcionada a los adultos de su suerte, en cualquier lugar y circunstancia. Quizás.
En cualquier caso, a la luz de estas y otras ordenanzas preventivas, cuesta entender cómo han sobrevivido en este país tantas generaciones de españolitos sin haber disfrutado del indispensable blindaje en su infancia; todo lo contrario: expuestos una y otra vez a un entorno que al fin se ha descubierto como profundamente hostil.
Lo paradójico del asunto es que no se prohíben todos los rostros. Sólo los de los pequeños con pasaporte español y siempre que cumplan ciertos requisitos. Así, los niños negros que viajan en cayucos desde las costas africanas hasta las islas Canarias, son retratados por las cámaras sin que se altere un solo rasgo de su fisonomía cuando desembarcan, afligidos, tras la dura travesía y cuando aquí sí procedería salvaguardarlos de los flashes. Incluso Sasha, la mismísima hija del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, posa sin retoques cuando la ocasión lo amerita, como la recepción en el palacio de Marivent con motivo de su breve estancia en España junto a su madre Michelle. Como se aprecia en la foto, la menor de los Obama lució sin arreglos en los mismos medios que distorsionan otros rostros en función de una sublime cursilería que no hace de España un país más moderno, sino más estúpido. Y también más cínico, porque no existe el menor problema ético para el modelado cuando el medio en cuestión echa mano del talonario y seduce a los progenitores a golpe de euro para que sus retoños luzcan sin composturas en papel cuché.
Las normativas suplementarias que apuestan por la protección a ultranza de la identidad de los menores, bajo el supuesto de su indefensión y sin que exista el menor indicio de vulnerabilidad, son una afrenta al sentido común ya que la legislación española orgánica arropa sobradamente a los más pequeños y garantiza su privacidad sin necesidad de floripondios. Y además resulta en agravio comparativo cuando el borrado de los rostros se produce en función de la nacionalidad, el color de la piel o la pertenencia a determinada clase social, sin que haya una fórmula consensuada para determinar cuándo, cómo y con quién se debe practicar el pixelado. ¿Consecuencias también del inefable famoseo que encandila al país? Probablemente.


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