Israel, otra vez

El asalto militar israelí a la flota de activistas que pretendían llevar ayuda humanitaria a la franja de Gaza y que se saldó con nueve muertos, todos ellos civiles embarcados, ha vuelto a agitar las aguas internacionales procurándonos un aluvión de valoraciones, la mayoría de ellas cuestionadoras del último manotazo del gobierno de Tel Aviv y otras, las menos, defensoras de la letal acometida que consideran oportuna habida cuenta de que en los navíos se cocían también planes que no eran inocuos. El debate, como en ocasiones anteriores, promete ser estéril. Los posicionamientos de las partes son, desde hace demasiado tiempo, inamovibles y refractarios, por lo que la descalificación mutua se acaba tragando todos los razonamientos. Escasos, por cierto. Pero el hecho constatable es que los muertos, una vez más, los ha puesto el bando más vulnerable cuya supuesta resistencia no debió ser tanta ni tan armada a la luz de un balance claramente desigual, muy asimétrico. Ante una acción brutal, como la que nos ocupa, no caben las hipótesis que adjudican a un sector de las víctimas intenciones ocultas, subversivas. Y de ahí que el asalto de los comandos haya violentado de nuevo a la comunidad internacional que ha condenado mayoritariamente los hechos, cuando no se ha mostrado preocupada por los mismos. Israel ha aplicado en los territorios de Gaza y Cisjordania un sistema de apartheid, acorralando al pueblo palestino, tras haber incumplido las resoluciones de Naciones Unidas, cancelando con ello buena parte de los futuros posibles, en cuanto a convivencia local se refiere. Y este es un hecho igual de refrendable. Que Israel exhiba su condición de víctima para, precisamente, justificar sus desmanes y califique de antisionista a todo aquel que se atreva a cuestionar sus muy desmedidas respuestas, son signos inequívocos de la enfermedad que aqueja a un Estado solitario y ensimismado; cada vez más paranoico.

Comentarios