A propósito de Colombia

Está bien, cuáles son las grandes cuestiones que preocupan a los colombianos. Me temo que la miseria y la precariedad laboral-existencial figuran en los primeros lugares del listado. Y es ahí donde el presidente Álvaro Uribe, sobrado donde los haya, ha hecho escasa incidencia tras llevar al primer plano de la película que él mismo se encargó de producir, dirigir e interpretar, la lucha contra lo que él denomina narco-guerrilla, que no es sino un recurso fácil para desprestigiar a un movimiento insurgente que tiene PLENA razón de ser por más tropiezos que tenga y haya tenido. El candidato oficialista Juan Manuel Santos, pletórico de academicismo, y también de oligarquía, es un clon, y malo, de Uribe por lo que difícilmente podrá ofrecer a la sociedad colombiana lo que realmente necesita, que no es una batalla frontal contra las demonizadas FARC, sino oportunidades para vivir con dignidad, para superar el día a día, así de simple y de dramático. Cierto que Antanas Mockus es un personaje al que habrá que descifrar, mediático, envolvente. Pero en el caso de Colombia no vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer. Hay que apostar. Y la apuesta la reclama el cambio en ese país. He tenido la oportunidad de hablar con más de un colombiano y todos han reiterado lo mismo: prefiero a Mockus. Yo me pregunto: ¿por qué el señor Uribe, tan inteligente, tan pulcro, tan efectivo en términos de Estado, es un hombre repudiado en la mayoría de los países de América Latina, desde el contenido Brasil, hasta el racionalmente-izquierdoso Uruguay, pasando por el muy comedido México del PAN? No cito a Venezuela ni a Bolivia, enemigos declarados del buenismo colombiano. Escarben en la respuesta y llegarán a la conclusión de que cualquier alternativa al uribismo es buena, necesaria para un país excesivamente estancado: en la miseria, en el analfabetismo, en la guerra civil, declarada desde hace más de medio siglo, que no es otra cosa lo que se está librando en Colombia por más que a la mona la intenten vestir de seda en el Palacio de Nariño, con sede en Bogotá. Bienvenida la inventiva. Que no pertenece a Santos, sino a Mockus.

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