¿Arando en el mar?

Pocos presidentes han despertado tantas expectativas como Barack Obama, en su propio país y allende las fronteras. Y precisamente por ello, la decepción amaga con ser mayúscula. Nadie duda de la buena voluntad de Obama a la hora de encarar la miríada de asignaturas pendientes que acumula Estados Unidos, la potencia hegemónica. Pero los buenos deseos, que afloran sobre todo en época de elecciones, difícilmente se acoplan luego a la agenda del gobernante. Mientras que el escenario previo a los comicios permite a cada quien desplazarse a sus anchas, sin que se alcen más barreras que las del pundonor del candidato, el margen de maniobra que resulta después, cuando se accede a la poltrona, es muy restringido, sobre todo porque los intereses nacionales y multinacionales presionan por doquier impidiendo a quien preside realizar cualquier movimiento holgado. Es lo que le ha ocurrido a Obama con una reforma sanitaria que en un principio se prometía arbórea y que finalmente acabó cercenada por las reivindicaciones de sus adversarios. Como también terminó en agua de borrajas la advertencia lanzada a los sectores financieros estadounidenses para que entraran en razón después de haberse desmadrado lucrando a espuertas y en solitario. Esta especie de ducha escocesa a la que los gobernantes se someten tras haberse regodeado en la sauna electoral, también se impone extramuros. Irak y Afganistán son dos buenos ejemplos de cómo la realpolitik acaba jibarizando las mejores intenciones. Las tropas estadounidenses aguantarán en estos dos países con independencia de lo que se cueza en el fuero interno de Obama, de la misma manera que Washington seguirá torpedeando las aspiraciones migratorias de México más allá de la disponibilidad del inquilino de la Casa Blanca para alcanzar soluciones de consenso. Lo mismo sucede con Cuba, que sigue asfixiada por un bloqueo ilegal y criminalizada ideológicamente con independencia del talante que habita en Washington D.C., mientras que Venezuela y Bolivia continúan siendo realidades tan amenazantes e incomprendidas para los gringos como lo fueron en la época de George W. Bush. El margen de maniobra de Obama tiene la misma angostura que el de sus antecesores. Con una diferencia: que él se empeñó en modificarlo contraviniendo la actual lógica de Estado, capitalista para más señas. Mientras no se cambien las reglas del juego, no habrá progreso colectivo posible. O, lo que es lo mismo, vana empresa la de pretender jugar al golf con un balón de rugby. Y de ahí que la mayoría de los hoyos se le estén resistiendo a Obama.

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