Arrieros somos, pero unos más que otros

A estas alturas críticas no basta con decir que el desempleo es excesivamente alto y que se observan tendencias positivas para los próximos meses, aunque lo haya dicho el mismísimo presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Con el paro por encima del 20 por ciento, sabido por adelantado gracias a un incomprensible error informático, y con la deuda pública azuzando, por no mencionar el deterioro fiscal, el margen de maniobra del Gobierno tiene cada vez más la pinta de una cañada de maqueta. Los buenos propósitos hace tiempo que se volvieron humo y las acciones concretas se antojan insuficientes. Con un problema añadido: que la patronal española no está por la labor de apretarse el cinturón, siendo como es mayoritariamente pudiente. Lo que no supone ninguna novedad en un comportamiento que siempre ha dejado mucho que desear, sobre todo a la hora de las solidaridades. Abaratar el despido y rebajar las cotizaciones empresariales a la seguridad social, reivindicaciones ambas planteadas por el sector empresarial, pueden ser medidas que, como el copago de ciertos servicios públicos, aceiten los engranajes macroeconómicos; pero que sin duda serán perniciosas a medio y largo plazo en el ámbito microeconómico, que es donde vivaquea la mayoría de la población. Tiempo de sacrificios; sin duda. Pero deben ser los potentados los que realicen sobre todo el esfuerzo suplementario para que la maquinaria deje de chirriar. Y el gobierno tiene la obligación de presionar sin ambages para que la patronal se atenga a las circunstancias, que no son otras que las de un país mermado fundamentalmente en las bajuras y con brechas salariales importantes. Se impone la cohesión social. Y es la minoría privilegiada, clase a la que pertenecen los especuladores que propiciaron en buena medida la crisis financiera, la que debe pagar el mayor importe de la factura. Llegado el caso, exigiéndoselo desde el Gobierno.

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