La UE, España y Cuba

A pesar de que José Luis Rodríguez Zapatero ha rebajado la importancia de Cuba en la agenda europea de la presidencia española, nuestro país no debe renunciar al ejercicio de contención que ha venido practicando frente a los que piensan que hay que acogotar todavía más a la isla caribeña. Evitar un mayor deterioro de las relaciones entre Cuba y la Unión Europea (UE) y convencer al club de la necesidad de seguir dialogando con las autoridades de La Habana para impulsar la liberalización del régimen, son tareas más que necesarias y se debería obrar en consecuencia. Desde hace años, España encabeza al grupo minoritario de países europeos que consideran contraproducente cualquier bloqueo diplomático o comercial de Cuba y que apuestan por la negociación y el acercamiento como vías para conseguir la democratización del régimen isleño. Por el contrario, la mayoría de los socios de la UE, liderados por Alemania y República Checa, mantienen que los gestos de tolerancia hacia Cuba son contraproducentes y prefieren ejercer una mayor presión hacia el régimen de La Habana para obligarlo a avanzar en las reformas políticas. Esta última vía sólo puede conducir al encapsulamiento del régimen cubano y a agravar todavía más las condiciones de vida de una población sumamente castigada por el bloqueo que Estados Unidos impuso a la isla cuando la revolución apenas afloraba. Coincido plenamente con el señalamiento que en su momento hizo el canciller Miguel Ángel Moratinos, cuando dijo que España ejercerá su influencia para que la UE adopte un nuevo modelo bilateral de cooperación con la isla y abandone la denominada “Posición Común”, aprobada en 1996 y que, en tono injerencista, exige la democratización de Cuba y el respeto a los Derechos Humanos como base irrenunciable de cualquier negociación. La celebración de la Cumbre de Mandatarios de la UE y América Latina que tendrá lugar el próximo mes de mayo en Madrid será sin duda el foro propicio para abordar ésta y otras asignaturas pendientes entre los dos bloques. Pero España debe comenzar a cabildear en Bruselas cuanto antes; emplearse a fondo, para impedir que los más intransigentes de la UE ocupen los espacios ociosos.

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