La otra lectura de Haití

Las fotos que han circulado por internet y que muestran a un grupo de médicos puertorriqueños que fueron enviados expresamente a Haití entregados en cuerpo y alma a la parranda, exhibiéndose incluso con armas ajenas y aireando alegremente un serrucho dispuesto a amputar en un improvisado quirófano, constituyen la prueba más divulgada de los excesos que ha generado el drama isleño. Pero no es la única. Para empezar, la cobertura mediática ha sido muy desigual, ya que si algunas informaciones permitían calibrar la tragedia sin recurrir al amarillismo, otras abundaron en tomas sensacionalistas y anécdotas vendibles al socaire del caos que se ha ido instalando en el país caribeño desde que sufrió la brutal sacudida. Junto a los titulares esperpénticos y los mensajes simplistas empapados de maniqueísmo, coexistieron durante días las crónicas ramplonas, descontextualizadas, sobre todo en los medios audiovisuales, lo que impidió que los receptores accedieran a la trastienda isleña y valoraran con conocimiento de causa las secuelas de un terremoto que ha hundido definitivamente a un país ingobernable, que navega desde hace decenios a la deriva. El despliegue internacional para auxiliar a la población haitiana es plausible, desde luego. Pero se produce tardíamente, muy tardíamente. El planeta está plagado de Haitís que sólo emergen en las primeras planas cuando se los traga el tsunami de turno. Y, puestos a acabar, el drama caribeño debería haber servido para hacer hincapié en la histórica desidia del norte ante un sur empobrecido, no sólo por la incompetencia y los desmanes locales sino, fundamentalmente, por el saqueo al que fue sometido por parte de las antiguas metrópolis que siguen en buena medida bloqueando el progreso de los menesterosos, que son legión. El desdén informativo con el que se maneja una realidad que merma día a día en vidas humanas y que mantiene en jaque permanente a las tres cuartas partes del planeta, debería estar tipificado como falta muy grave en cualquier código de conducta periodística. Haití, sin duda alguna, volverá de nuevo más temprano que tarde a su miseria silenciada, a su terremoto cotidiano e inaudible para la comunidad internacional, con la complicidad de todos, aunque ciertamente existan culpables mayúsculos de ésta y otras calamidades que nos rondan de continuo, pero que desmerecen en los medios.

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