Sobra crisis, faltan culpables

La megacrisis financiera ha servido, de entrada, para inhibir a todos los que defendían a capa y espada un mercado libérrimo, capaz de autorregularse sin el concurso del Estado y destinado a procurar las delicias del gentío como si del cuerno de la abundancia se tratase. Este repliegue de los vociferantes y engreídos neocon, aunque sea momentáneo, es de agradecer después de aguantar durante tanto tiempo las monsergas de los partidarios de la economía salvaje, que no es otra cosa la que defienden. Aunque las aguas se han calmado, la crisis tiene demasiado calado y es probable que el tsunami financiero se presente a corto o medio plazo, con otras credenciales, para pasar una factura similar a la que recién nos han endilgado desde las cumbres financieras. Sin embargo, en este atiborrado escenario siguen faltando los culpables, con nombres y apellidos. Las aseguradoras y bancos que han quebrado estaban en manos de ejecutivos y directivos, muchos de ellos desaprensivos. No sólo en Estados Unidos. Y sobre estos depredadores tiene que descargar la ley, deben responder ante los tribunales por su gravísima irresponsabilidad. Lamentablemente, el sistema también se encarga de blindar a sus escuderos más fieles y hoy por hoy se antoja improbable que alguno de estos tiburones termine entrampado. Todo lo contrario, mientras ellos se embolsan indemnizaciones millonarias por su pésima gestión, serán los comunes los que arrostren las consecuencias de la avaricia, el despilfarro y la insensibilidad de los que participan en las muchas hogueras de las vanidades que se montan a diario en los áticos más exclusivos del planeta. ¿Quién se encargará de frenar la voracidad de los yuppies y de los muy trajeados que peinan canas cuando se entreguen de nuevo en cuerpo y alma a la especulación una vez que el temporal haya amainado? Están ahí, al acecho. El capitalismo en estado puro no sólo promueve la desigualdad social; también genera aquí y allá ciudadanos egoístas, insaciables. Y con estos valores no hay colectivo que progrese. La refundación del capitalismo, por la que empiezan a clamar algunos líderes, pasa inevitablemente por el robustecimiento del Estado y por la desacralización de una iniciativa privada a la que hay que vigilar muy de cerca cuando puede causar tanto quebranto.

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