España, fuera de los grandes circuitos internacionales

España está siendo apartada sistemáticamente de las grandes decisiones del club más poderoso de la Unión Europea (UE); al menos así lo cree buena parte de la clase política española luego de que nuestro país tampoco fuese invitado a la minicumbre celebrada el pasado sábado en París, previa convocatoria del Presidente francés Nicolás Sarkozy. Sí estuvieron la Canciller alemana, Angela Merkel, el Primer Ministro británico, Gordon Brown, y su homólogo italiano, Silvio Berlusconi. En definitiva, los socios con mayor peso político y económico de la UE, que a su vez forman parte del grupo de países más industrializados del mundo (G-7). Esta nueva exclusión confirma que los éxitos de España no generan en el exterior el mismo entusiasmo que provocan puertas adentro cada vez que nuestros prohombres sacralizan el rendimiento ibérico. Pero no se trata de un desaire por parte de los otros, ya que no existe alevosía a la hora del plantón. Ni siquiera descortesía hacia Madrid. Simplemente, estamos ante un reflejo condicionado. Los alardes, muchas veces innecesarios, del presidente José Luis Rodríguez Zapatero en cuanto a la solidez del sistema financiero español y el aumento de la renta per cápita ibérica, no son valorados de la misma forma más allá de nuestras fronteras, quizás porque el dirigente socialista olvida mencionar que buena parte del milagro económico español de los últimos años se debe a las ayudas de los socios más forzudos de la UE, incluidos Francia e Italia a quienes Rodríguez Zapatero intenta ahora apabullar con sus cuentas domésticas. Evidentemente, el peso internacional de un país no se mide sólo por el volumen de su PIB, sino por su capacidad para determinar el rumbo de la flota a nivel mundial. Y España hace por lo menos tres siglos que dejó de estar entre los timoneles. El relumbrón de los últimos años, posible en buena parte por las subvenciones de la UE, no basta para acceder al selecto club de los poderosos. También hace falta caché. Si no, echen un vistazo a la prensa internacional y observen el espacio –muy austero- que habitualmente se le dedica a nuestro país. En términos de influencia planetaria, España es una potencia media, no una gran potencia. Y equivocar las etiquetas sólo puede seguir generando frustración por estos lares, cuando no una indignación sencillamente improcedente.

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