Prohibiciones reaccionarias, aunque no lo parezcan...

Hay prohibiciones en este país que primero provocan hilaridad y luego indignación. Es el caso de la más reciente de Galicia, donde la Xunta se ha propuesto vetar por decreto la construcción de viviendas de menos de 40 metros cuadrados, además de imponer que reciban una hora diaria de sol directo, que la mayoría de sus habitaciones miren al exterior y que desaparezcan las columnas en mitad del salón, de la cocina o del dormitorio. Nada que objetar a tan encomiables propósitos si no fuera porque la Xunta (al menos no he leído nada en este sentido) se inhibe a la hora de regular los precios abusivos, que en este país nuestro son el quid del asunto. Habrá estupendas viviendas en Galicia a las que la mayoría de los jóvenes no podrán acceder por carecer de medios económicos. Y los que lo hagan, se hipotecarán de por vida, con todos los lastres que conlleva tal compromiso. La baladronada de la Xunta me recuerda al intento fallido del Ministerio de la Vivienda de popularizar los pisos de 30 metros cuadrados para los jóvenes. Fueron muchas las voces que se elevaron entonces, sobre todo desde la derecha, para protestar por una iniciativa tercermundista, intolerable en un país desarrollado donde no caben los zulos, dijeron en su momento. ¿Cuántos jóvenes que se independizan a duras penas están compartiendo casas, pagando precios estratosféricos y gozando de menos de treinta metros cuadrados de autonomía casera? Son legión, lamentablemente. Y es muy probable que estuvieran encantados ante la posibilidad de acceder temporalmente, en solitario o en pareja, a un piso de treinta metros con una renta aceptable. Por no hablar de los miles de ancianos que habitan en apartamentos madrileños antiguos que rondan los treinta metros y de los que nadie se acuerda a la hora de trazar arquitecturas generosas. No es posible dignificar la vivienda si no se regulan los precios disparatados que han enriquecido sobre todo a unas inmobiliarias que, oh paradoja del sistema, serán las que menos paguen los platos rotos de tanto estropicio planeado y consentido por los gobiernos de turno, socialistas y populares. Las leyes que procuran mayores bienestares no sirven de nada si no se garantiza a los ciudadanos el disfrute de los mismos.

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