Elecciones desalentadoras, más que gratificantes

Los resultados de las elecciones españolas generan, al menos en mi caso, sensaciones muy encontradas. Por un lado, me satisface que el Partido Popular, que ha llevado a cabo una campaña de crispación con algunos mensajes propios del paleolítico haya sido frustrado en sus pretensiones y obligado a permanecer en el destierro durante cuatro años más, con todo lo que ello implica de escarmiento y reciclaje. Pero es frustrante, desesperante diría yo, que Izquierda Unida no reciba los diputados que se merece en función de sus votos. El sistema proporcional D´Hont, que es el que rige en España, favorece en líneas generales a los grandes partidos estatales y también a los nacionalismos locales que tienen una alta concentración del voto. En definitiva, al que más perjudica es a Izquierda Unida que cuenta con adhesiones muy repartidas por el territorio y en muchos lugares insuficientes para alcanzar escaños que se cotizan en este peculiar mercado de manera muy desigual. Los datos son tan escandalosos como esclarecedores: Izquierda Unida, con más de 960 mil votos (3, 7%) consigue apenas dos diputados en el Congreso. Con sus votos muy dispersos, en muchas circunscripciones electorales su opción simplemente se volatiliza. Por el contrario, los nacionalistas catalanes de Convergencia i Unió, con algo más de 770 mil votos (3, 03 %), consiguen ni más ni menos que 11 escaños, por arte de birlibirloque dontiano vaya. Igual sucede con los nacionalistas vascos, gallegos y canarios. En fin, una injusticia clamorosa que me temo no tenga solución a medio plazo, porque el más interesado en que el sistema cambie es precisamente su mayor víctima. Y tal como pinta el panorama, y con los recursos oficiales mermados, la andadura de Izquierda Unida en esta legislatura va a ser más que solitaria. Sus errores y divisiones internas no ameritan este castigo absolutamente desproporcionado que le propina un sistema electoral que hay que reformar, sencillamente porque no se puede ningunear a casi un millón de ciudadanos cuyos votos, elección tras elección, acaban convertidos en calderilla mientras otros sufragios se magnifican con la misma frecuencia.
Por lo demás, el afianzamiento del bipartidismo creo que es también muy perjudicial para el país, sobre todo porque los socialistas han renunciado desde hace mucho tiempo a potenciar un discurso de izquierdas, clarificador, a sabiendas de que parte de su granero de votos se encuentra en el centro o escorado hacia la derecha. Y tal como está la riña electoral, el PSOE no se puede permitir perder un solo sufragio. Además, el sistema bipartidista termina por pulverizar los necesarios contrapesos del poder y comprime la pluralidad discordante. Me temo pues que tendremos otros cuatro años marcados sobre todo por una política de escaparate, oportuna pero insuficiente, con algunas de las grandes asignaturas convenientemente aparcadas: acceso a la vivienda, combate frontal a la precariedad laboral, aumento sustancial de pensiones, mejoras en la educación pública y fiscalización de los colegios concertados, instauración del laicismo, consenso sin exclusiones, reforma electoral (listas abiertas y sistema mayoritario), solución negociada al conflicto vasco, compatible con la batalla policial y judicial, y un largo etcétera en el que también cabe la derogación de una muy prepotente ley de partidos que, lejos de procurar salidas, castiga a más a las instituciones constituidas legalmente que a los individuos que haya que perseguir, si es que procede contra ellos la acción de los tribunales. En cualquier caso, y con todas las alarmas, la política del PSOE es mucho más preferible que la que pregona el PP, al menos para la modernización, las relaciones exteriores y el progreso real de este país. Pero uno aspira a más, a mucho más. Lamentablemente Izquierda Unida no estará en condiciones de empujar al PSOE hacia la izquierda.

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