Un debate tan necesario como inevitable

La quema de fotos del rey en protesta por la visita a Cataluña del monarca, el secuestro perturbador de la revista El Jueves por poner en solfa a la familia real y las continuas arremetidas del inefable Federico Jiménez Losantos contra la sacrosanta institución, están poniendo sobre el tapete un debate que se ha venido aplazando en aras del tan manoseado espíritu de concordia heredado de la no menos cacareada transición. Que a la ciudadanía de un país que se jacta de encabezar tantas vanguardias últimamente se le sustraiga un debate tan fundamental como el que despierta una hipotética reforma del Estado, es indicativo del grado de inmadurez de nuestro sistema democrático. La figura del rey sigue estando blindada por los cuatro costados, y la opacidad de su presupuesto contrasta con la transparencia fiscal que se le exige a cualquier ciudadano medio. Sospechoso también el empeño mediático por elevar al monarca a los altares cuando su biografía está llena de claroscuros. Aun así, algunos medios como El País insisten en hacer de la monarquía el único sostén posible de las libertades en estas tierras. No le falta razón a Jiménez Losantos cuando señala las inquietantes cercanías que Juan Carlos ha mantenido con banqueros y señeros empresarios que han terminado en el trullo. Por no hablar de sus nebulosos negocios, sus patrimonios invisibles en las tantas islas caimanes o su dudoso papel en la intentona golpista del 23 F que algunos libros, proscritos, han intentado documentar con poco éxito ya que fueron condenados al ostracismo nada más ponerse a la venta. Sin embargo, el asunto tiene mucha más envergadura. Y apunta directamente al tipo de régimen que deseamos para este país, más allá del comportamiento que tenga el titular de la corona. Que la Jefatura del Estado sea hereditaria, con independencia de las neuronas que se gaste el agraciado de turno, es un anacronismo clamoroso. Como lo es detentar la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas sin mayores méritos que los adquiridos en la cuna. Se impone pues el debate sobre la naturaleza del Estado, porque también es la mejor fórmula para abrir otros debates igualmente diferidos sobre la administración y las marcas del territorio. Obviamente, con una historia tan cainita como la nuestra, el desafío es doblemente riesgoso. Pero la inhibición, a medio y largo plazo, resulta mucho más suicida. La falta de ventilación acaba por volver irrespirable el ambiente más perfumado. Por lo pronto, la inviolabilidad jurídica del rey está convirtiéndose ya en una losa para la libertad de expresión de este país en el que empiezan a despuntar castigos infundados para los humoristas; y también para los falleros que ejercen fuera de temporada.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
En estos días de apaleo monárquico,a diestra y siniestra, y a propósito de la Corona y los coronados , conviene recordar a los desmemoriados,para evitar disgustos, lo que nuestra estravagante y peculiar Constitución Española, hecha a medida para dejar el tema atado y bien atado, dice en los artículos 56 a 65 de su Título II. Eso es lo que hay.

Para cogerle gusto a la Monarquía española, nada mejor que leer el libro , en castellano o catalán, absolutamente legal titulado “Un rey golpe a golpe” – Patricia Sverlo- Editorial Arakatzen, SCA – Año 2000 –ISBN 84—95659—10—7, o simplemente bajarlo desde http://www.nodo50.org/unidadci vicaporlarepublica/documunntos rep/un%20rey%20golpe%20a%20gol pe.pdf . Tampoco tiene desperdicio el recien publicado “ “El pecado original de la familia real española”- Josep Carles Clemente – Styria de Edicioes y Publicaciones S.L.-2007

Gracias por recomendar Batiburrillo.