En defensa del Estado

La misma cantinela, repetida constantemente. El manejo, gasto y destino de recursos en manos del Gobierno es siempre más ineficiente y costoso que en manos de los particulares. Estamos ante la defensa a ultranza del mercado y de la iniciativa privada como los únicos reguladores y generadores de una riqueza que, cuando llegue, beneficiará al conjunto social. El Estado como tal, ya que en estas arengas neoliberales se prescinde (alevosamente) de las ideologías de los gobernantes, está siendo convenientemente desprestigiado por las plumas que consideran que el sector público debe comprimirse hasta su mínima expresión. El Estado es en esos territorios sinónimo de corrupción, derroche e ineficacia. Y aparece como una amenaza real para el crecimiento económico, mientras que la iniciativa privada despunta como el gran ejército de hormigas sabias y laboriosas que hay que aprovechar. Como todo el mundo sabe, en el mundo empresarial no existen los sobornos ni la carcoma; y el empresario promedio se caracteriza por su responsabilidad social frente a un Estado despilfarrador que algunos desean llevar hasta el punto de la anorexia. Sin embargo, y reconociendo los excesos estatales, no se puede minimizar el hecho de que en el planeta empresarial abundan mucho más los comerciantes descocados y los especuladores, que los patrones solidarios. Basta con echar un vistazo a las inversiones que las grandes multinacionales realizan en los países del llamado Tercer Mundo, para constatar que en esos y otros lares puede mucho más el lucro que la cooperación a la hora de los balances. Y basta con traer a colación el farragoso y opaco sistema financiero internacional, con sus paraísos fiscales y sus movimientos de capital clandestinos, para recelar de una iniciativa privada que anda más que sobrada de corruptelas y deshumanización. El Estado, por más que trine la derecha, es el único agente que está en condiciones de garantizar los derechos sociales de las minorías y de los más desprotegidos. Y en un mundo con tantas carencias como el nuestro, esa tiene que ser una de sus funciones prioritarias, imperativas. El argumento perverso de que las subvenciones del Estado sólo conducen a la creación de parásitos y a su manutención a costa de los que realmente producen, es propia de pensadores reaccionarios que lamentablemente ocupan mucho más espacio mediático del deseable. Y lo es por la sencilla razón de que las oportunidades no son las mismas para todos; y, aunque lo fueran, habrá siempre gente más capacitada que otra para sobresalir, ya sea en el terreno económico, profesional o intelectual. Por lo mismo, el Estado debe tutelar a los que, por una causa o por otra, se encuentran arrinconados en nuestras sociedades, además de procurar los servicios indispensables a la mayoría. Y para ello es necesaria la colaboración de los más pudientes, de los privilegiados. No se trata sólo de una participación voluntaria, desde luego, y de ahí que los impuestos que gravan a los ciudadanos de manera progresiva dependiendo del patrimonio de cada quien sigan siendo pertinentes. Los países más avanzados socialmente del mundo son sin duda alguna los nórdicos europeos, junto a Canadá y Australia. Pues bien, en todos ellos ese progreso ha sido posible porque el Estado no sólo gestionó y distribuyó durante décadas y prácticamente en solitario la riqueza social, sino también porque administró sectores públicos como la sanidad o el transporte que en manos privadas se manejan exclusivamente en función de su rentabilidad. No es gratuito que un país como Noruega mantenga bajo la custodia del Estado a la poderosa industria petrolera del país y que se resista a privatizarla, incluso a costa de su apartamiento de la Unión Europea, habida cuenta de los beneficios sociales que le ha reportado esta modalidad de explotación. De cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades, dijo en su momento el tantas veces denostado (sobre todo por los ignorantes) Carlos Marx. Una sentencia absolutamente vigente, una proclama que hay que revindicar frente a los defensores del capitalismo depredador.

Comentarios