Una sobreprotección inexplicable

El cine español atraviesa por un mal momento. Y según la ministra de cultura, este bajón se debe a que las salas incumplen la cuota reservada a las producciones nacionales y a que los espectadores prefieren un cine más relajante, más divertido, y no que les incite a la reflexión. No me cabe la menor duda de que en los últimos meses han pasado por las pantallas españolas películas europeas excepcionales, como la alemana “La vida de los otros” que retrata de manera magistral las vicisitudes de germanos de muy distinta condición en los meses previos a la caída del Muro de Berlín. Pero de ahí a asegurar que las películas de nuestro país no reciben la atención necesaria porque tienen demasiada enjundia, media todo un despropósito. El cine español se ha movido siempre entre parámetros de mediocridad, con honrosas excepciones, cuando no en el terreno de lo chabacano. Y además, la mayoría de nuestros actores no pasarían ni siquiera la prueba de preadmisión de cualquier academia artística del mundo anglosajón, que mima desde hace años las dotes de interpretación como bien lo demuestra una filmografía repleta de figurantes que brillan con luz muy propia. A la ministra Calvo también le preocupa que un sector significativo de españoles considere que nuestro cine no cumple con los requisitos mínimos para aguantar meritoriamente en pantalla. Yo soy de los que pertenecen a este grupo de reñidos con la industria fílmica nacional. Y lo soy por partida doble. Porque suman mucho más las decepciones que las experiencias gratas a la hora del balance y, sobre todo, porque nuestro cine recibe anualmente subvenciones millonarias que se les niega a otras actividades artísticas de mucha más calidad y empaque. ¿Por qué no se fomenta la literatura, la danza, la pintura, con los mismos estímulos económicos cuando los resultados de estas manifestaciones, en su conjunto, superan con creces los de la cinematografía? Nunca he entendido por qué hay que sobreproteger a la industria fílmica nacional siendo que la novela hispana, por ejemplo, compite con los best sellers y los poderosos marketing de otras latitudes sin que se les imponga a las librerías de nuestro país un mínimo de ventas de obras oriundas, que compensen el avasallamiento de allende los mares. Cierto que la inversión monetaria que requiere una película es colosal si se compara con la que necesitan otros menesteres artísticos. Pero por eso mismo habría que revisar al detalle los guiones cinematográficos que optan a la subvención de tal manera que los dineros públicos contribuyan al enriquecimiento del colectivo y no a su enajenación, cuando no a su desespero, como está ocurriendo con un cine ramplón, pretencioso, mal actuado y peor vocalizado, que son los calificativos que proceden para etiquetar al grueso de nuestras películas. Por lo mismo, a la ministra Calvo lo que debería preocuparle realmente es que se despilfarre de modo tan grotesco unos fondos públicos que, empleados con mayor justicia y racionalidad, servirían para que varias decenas de poetas, pintores o bailarines, dieran rienda suelta a su talento sin las apreturas económicas que están condicionando su creatividad.

Comentarios