El Vaticano, impasible...

El Papa Benedicto XVI amaga con ser todavía más retrógrado que su antecesor en el cargo. Y probablemente lo consiga. Los discursos y pareceres que el Pontífice está lanzando durante su periplo por Brasil confirman que El Vaticano, lejos de buscar sintonías con los tiempos que corren, apuesta por seguir anclado en el pleistoceno.
Benedicto XVI ha arremetido contra el uso del preservativo, ha condenado el sexo prematrimonial y de nuevo también ha reprobado el aborto y la eutanasia. En su particular cruzada contra la disolución moral que aqueja a nuestras sociedades, el Papa también ha advertido a los legisladores mexicanos que votaron recientemente a favor de la legalización del aborto en el Distrito Federal que se han autoexcluido de la comunión, por lo que ya no serán beneficiarios del saludable influjo de la iglesia. Como no podía ser de otra manera, los políticos mexicanos han respondido al anuncio del despido con las apropiadas dosis de sorna y desplante.
Entiendo que la legalización del aborto pueda resultar chocante para muchos creyentes y que su regularización, de la que soy partidario, levante ampollas en la grey católica. Pero lo que resulta inconcebible a estas alturas de la historia es que la iglesia se oponga al uso del condón y a la práctica del sexo prematrimonial en contra de la opinión de sus jóvenes feligreses que, a tenor de las encuestas, difieren de la castidad que se pregona desde el púlpito. No se entiende que la curia romana persevere en su aislamiento cuando las estadísticas reflejan un preocupante distanciamiento social que tiene causas muy variopintas, pero que se explica en buena parte en la actitud troglodita que mantienen muchos de los popes católicos a pesar de la evolución que han experimentado los distintos colectivos religiosos.
La reflexión no cursa con la disciplina orgánica; tampoco cabe en instituciones jerarquizadas, piramidales, donde al gran vicario se le presume una infalibilidad propia de un ególatra. Hasta ahora, la iglesia católica ha soportado los embates de la modernidad sin que el número de bajas haya provocado en sus cuarteles un pasmo generalizado. Pero los augurios no son buenos. En el continente latinoamericano, donde se concentran los mayores núcleos católicos del mundo, el protestantismo continúa avanzando y, en algunos países, su arraigo es más que notorio. También se multiplican las voces disidentes que, desde la misma iglesia, claman por la prédica de un evangelio mucho más cercano, más terrenal, que se ocupe realmente de los vulnerables. Y junto a estas voces, la legión de creyentes que consideran que El Vaticano se halla ausente, ensimismado.
Sin embargo, a pesar de los indicios y los descontentos, Benedicto XVI ha vuelto a sepultar en Brasil cualquier expectativa de reforma institucional, cualquier humanización de una iglesia que sigue aferrada a los peores manuales del concilio de Trento. Con una diferencia sustancial: que ahora no son sólo los luteranos los que le están ganando la partida a los herederos de Pedro. Es una mayoría social, apabullante, la que se resiste a aceptar el trágala de los conventos.