Batallas... y batallas

Como reza el título, hay batallas… y batallas. Lamentablemente, las que suelen librarse en este país no pasarán ni al peor de los recetarios. Vienen las letras a cuento de la última escaramuza sostenida entre jóvenes afincados (temporalmente) en el barrio madrileño de Malasaña, y las fuerzas policiales. ¿Por qué se enfrentaron? Bueno, habría diez mil respuestas a tenor de las estadísticas que nos ensombrecen a diario. Entre ellas, la precariedad laboral, los salarios de miseria, el desempleo, el imposible acceso a la vivienda, el socavón educacional, la autoridad que todo lo engulle… Pues bien, los tiernos camorristas que nos atañen no se enzarzaron por ninguna de ellas. La batalla campal que se libró en las inmediaciones de la Plaza del 2 de Mayo donde se ofreció el maravilloso y primer desnudo de la transición, se originó por el derecho de los jóvenes a disfrutar del incomparable botellón, que tantas enajenaciones nos proporciona a los mortales. Andaban los muchachos metidos en farra (prohibida en las calles madrileñas si se airean los frascos) cuando la policía se plantó en sus trece y empezó a desmantelar el guateque. Horror. Los maderos que se empeñan en conculcar el sagrado derecho del prójimo a empinar unos alcoholes sin marca, que atentan además contra otro derecho inmaculado como es el de la ocupación del espacio público por la horda durante toda la madrugada, profiriendo gritos, exabruptos, vomiteras y jodiendo a quien sea menester que, por lo general, son los vecinos, bastantes de ellos abuelos, que residen en Malasaña. En fin, que estos subversivos de tres al cuarto que representan a muchos de los jóvenes que se reúnen, sobre todo los fines de semana, en el emblemático barrio madrileño para cultivar mayormente la bobería, se envalentonaron y dijeron hasta aquí hemos llegado, y apartaron sus vasos de plástico y sus conversaciones banales y sus ideas perfectamente prescindibles y decidieron desafiar a la policía que les venía de cara. Acto heroico donde los haya. Menuda gesta la que se gastaron los cien colegas de Malasaña, impresionante, oye, porque mantuvieron a raya a los maderos e incluso ofrecieron algunos mártires (contusionados) para una causa que alimentará, a buen seguro, las conciencias de los botelloneros durante algunas semanas. Hay batallas… y batallas. Y las que ofertan la mayoría de los jóvenes que vivaquean cada fin de semana en Malasaña son de ópera bufa, arrinconables, vaya, luchas de saldo. Ahí se citan un puñado de guerrilleros que dan risa. Y que, cuando no sonrojan, cabrean al viandante porque basta con recorrer las calles del barrio para topar con sus rechiflas, con sus histerias, con sus maneras, todas ellas reaccionarias aunque ellos no las consideren como tales en su soberana ignorancia. Sobran razones en este país para plantar batalla al poder cada día, cada hora, cada minuto. Pero ninguna de las razones que realmente cuentan estuvo presente en este (esperpéntico) rifirrafe de Malasaña.

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