La Europa de capa caída

El reciente sondeo publicado por el Financial Times sobre la opinión que los ciudadanos comunitarios tienen sobre la Unión Europea (UE), marca una preocupante tendencia hacia el escepticismo y confirma que el Reino Unido sigue siendo el país más reticente de cuantos integran el convoy continental. Según la encuesta, el 44 por ciento de los europeos considera que la vida en sus respectivos países ha empeorado desde su ingreso en la UE; y tan sólo una cuarta parte estima que los provechos comunitarios pesan más que las desventajas. Puestos contra las cuerdas, los encuestados optan en su mayoría por permanecer en la Unión, ya que sólo el 22 por ciento opina que su país saldría beneficiado si la abandonase. Cuando se cumple medio siglo del arranque del proyecto comunitario, el sondeo del rotativo británico esboza un ambiente pesimista y subraya la ambivalencia con la que los ciudadanos en general observan a Bruselas. En este contexto, los españoles son los más optimistas en contraste con los británicos que demuestran de nuevo que el continente les es en gran medida distante y ajeno, ya que más de la mitad de los habitantes del Reino Unido mantiene que su existencia ha empeorado desde su incorporación a la comunidad. En cualquier caso, en el resto de los países los satisfechos son minoría. A la pregunta de qué asocian normalmente con la UE, el 31 por ciento de los interrogados menciona que el mercado único, el 20 por ciento cita la burocracia y apenas el 9 por ciento se refiere a la democracia como patrimonio público. Además, casi el 60 por ciento de los encuestados cree que Europa debería ser más activa en política social, mientras que un 54 por ciento demanda que el énfasis se ponga en la economía. Los resultados del sondeo denotan cierta decepción por parte de una ciudadanía que contempla a la UE como un entramado burocrático, escasamente eficaz en la solución de las urgencias cotidianas, economizado y cada vez más alejado de sus asuntos. Los noes de Francia y Holanda al proyecto constitucional fueron la advertencia más sonora de que la UE está lejos de satisfacer las expectativas que los actuales tiempos de incertidumbre generan con singular insistencia en los distintos imaginarios colectivos. Entrelíneas del sondeo, también despunta la sospecha de que en la Europa comunitaria que apostaba por la unión entre pares, se están reproduciendo a pequeña escala las asimetrías que afectan al resto del planeta. Las dobles velocidades a las que se recurre con frecuencia para establecer alianzas parciales, ya se trate del euro, de la inmigración o del libre tráfico de personas y mercancías, son una prueba más de los desajustes políticos y sociales que se producen en el seno de la Unión y que impiden un progreso constante e igualitario de sus socios. La encuesta de Financial Times nos sugiere que es necesario involucrar a la ciudadanía europea en el proyecto supranacional, informándola puntual y verazmente y haciéndola partícipe de sus éxitos, pero sobre todo de sus dolencias; también nos exhorta a que Bruselas irradie mucha más transparencia y menos prebendas y cabildeos. En definitiva, sin integración política y social la UE como tal no prosperará, por la sencilla razón de que la unión monetaria, siendo necesaria, es insuficiente para amarrar voluntades que hoy por hoy se proyectan más dispares que similares. Cuando se cuestiona la convivencia sin que ésta todavía se haya ejercido, sólo queda renegociar el contrato y rectificar la ruta comunitaria, no sin antes llevar a cabo ese gran debate pendiente en el que tendrían que estar todos los agentes políticos, sociales y económicos implicados en una aventura que si no la diseñamos en función de las mayorías puede resultar fallida antes de que concluya el segundo acto.

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