La mala prensa

Es muy preocupante el amarillismo que destilan cada día las páginas y los micrófonos de no pocos medios de comunicación españoles; pero es todavía más alarmante el grado de sensacionalismo del que hacen gala muchos medios on line bajo la apariencia de un periodismo al servicio de la ciudadanía. El proceso de paz en el País Vasco y la descafeinada ley de memoria histórica que se tramita en el Parlamento son sin duda dos de los abrevaderos más importantes para la legión de colegas que una y otra vez echan mano de la mentira, la manipulación y la descalificación sistemática para sazonar sus escritos. Los titulares, creados para el impacto emocional, no suelen corresponderse con los contenidos. Y cualquier papanatas se arroga el derecho de editorializar sobre iniciativas cuyo alcance y complejidad ameritan mucho más talento y entrega a la hora de radiografiarlas. Llama poderosamente la atención que estos despropósitos no desemboquen en los tribunales a pesar de que en muchas ocasiones se falsea la realidad y se lanzan calumnias o injurias sin el menor recato. La casi totalidad de estos medios panfletarios se alinean con la derecha más recalcitrante, aunque sus patrones y obreros enarbolen la bandera de la independencia con la misma desvergüenza con la que distorsionan la actualidad. Todo vale para desacreditar al presidente José Luis Rodríguez Zapatero; todo, menos el rigor informativo. Sin ir más lejos, el último y brutal atentado de ETA también ha servido para que los periodistas más reaccionarios de este país, mientras festejaban la ejecución de Sadam Husein, intentaran criminalizar al Presidente de Gobierno como si él se hubiera encargado de guiar el coche-bomba hasta la Terminal 4 de Barajas. Es evidente que al Gobierno socialista, como a cualquier poder institucional que se precie, no le faltan agujeros negros. Pero de ahí a que se le mande a diario al paredón, existe un enorme trecho. Los medios on line, que a lo largo de la jornada sacan varias ediciones, son los que disfrutan de una mayor impunidad a la hora del barrido y del berrido, quizás porque sus afrentas no perduran lo suficiente como para ser inventariadas. Aun así se echa en falta la actuación de una justicia que en otros menesteres se muestra reiteradamente intervencionista. Por lo menos, el guirigay está sirviendo para que unos y otros nos posicionemos. En la orilla de enfrente, los que se oponen a que las víctimas del franquismo recuperen su dignidad con la condena explícita de los que se la robaron, los que prefieren que Miguel de Unamuno siga vilipendiado con tal de no sacar los esqueletos de su armario, los que utilizan los bombazos ajenos para sacar a pasear sus fobias y sus pegatinas, los que desconfían de la autoría de los atentados del 11 de marzo y deslegitiman a cada rato la victoria electoral de los socialistas. Entre tanta fechoría informativa, sobre todo digital, hay que celebrar no obstante que la bazofia emerja, que asome de una vez por todas, luego de que la ultraderecha periodística de este país ha decidido exhibirse sin complejos.

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