Manifiesto contra el feminismo excluyente

El manifiesto de 100 mujeres francesas contra el puritanismo sexual alentado por el sector de las feministas excluyentes, es una respuesta más que adecuada al avasallamiento que practica regularmente este colectivo y que incluye los linchamientos públicos, basados sin más en denuncias de acoso que se tramitan a través de las redes sociales y que casi nunca se presentan ante la justicia para que los tribunales puedan actuar en consecuencia.

Las mujeres que firman el manifiesto publicado en el diario Le Monde se muestran críticas con movimientos como #MeToo, fabricados a raíz del escándalo por acoso sexual que afectó al productor de cine Harvey Weinstein, y que han generado en Estados Unidos un aumento exponencial de denuncias cibernéticas por parte de mujeres, muchas de ellas actrices, que en algún momento se sintieron vejadas por el comportamiento de un hombre, pero que paradójicamente no han acudido a las instancias judiciales para hacerse valer.

“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, enfatizan las autoras de la proclama luego de alertar de la posibilidad de que regrese una moral victoriana.

“Desde el caso Weinstein se ha producido una toma de conciencia sobre la violencia sexual ejercida contra las mujeres, especialmente en el marco profesional, donde ciertos hombres abusan de su poder. Eso era necesario. Pero esta liberación de la palabra se transforma en lo contrario: se nos ordena hablar como es debido y callarnos lo que molesta, y quienes se niegan a plegarse ante esas órdenes son vistas como traidoras y cómplices”, enfatizan las firmantes que lamentan que se haya convertido a las mujeres en “pobres indefensas bajo el control de demonios falócratas”.

Las responsables del manifiesto subrayan que las denuncias registradas en las redes sociales se asimilan a “una campaña de delaciones y acusaciones públicas hacia individuos a los que no se les deja la posibilidad de responder o de defenderse”.

“Esta justicia expeditiva ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, obligados a dimitir (…) por haber tocado una rodilla, intentado dar un beso, hablado de cosas intimas en una cena profesional o enviado mensajes con connotaciones sexuales a una mujer que no sentía una atracción recíproca”, advierten en su tribuna conocidas personalidades de la cultura francesa, como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann o la ilustradora Stéphanie Blake.

Llama poderosamente la atención, y hay que insistir en ello, que las tantísimas denuncias por acoso facturadas a raíz de que saltara en Estados Unidos el escándalo Weinstein, no pocas de ellas burdas, cuando no pueriles, se hayan canalizado a través de las redes sociales, lejos de los tribunales donde se deberían esclarecer estos supuestos ultrajes, si lo que se busca realmente es calibrar su trascendencia y recibir justicia.

No dudo de que se produzcan abusos de todo tipo en ese Hollywood tan embarullado, pero la denuncia de los mismos debe hacerse en cualquier caso ante las autoridades pertinentes y no en las las redes sociales que tan adictas son a la criminalización del incorrecto de turno sin más indicios que unos cuantos caracteres redactados en su contra.

Desde luego, también pienso que tras el #metoo hay mucha parafernalia y no menos oportunismo por parte de denunciantes que se han sumado al carro para figurar mayormente, a tenor de la vaciedad de sus señalamientos.

En la misma línea que las autoras del manifiesto francés se ubica la escritora canadiense Margaret Atwood, autora de más de 40 obras de ficción, poesía y ensayo y candidata al Nobel de Literatura, una mujer además con una potente trayectoria en la defensa de los derechos civiles y que recientemente se preguntaba irónicamente en un artículo: ¿Soy una mala feminista?

Atwood fue especialmente vilipendiada por grupos de feministas retrógradas, tras firmar una carta dirigida a la Universidad de la Columbia Británica de Canadá en noviembre de 2016.

En esta misiva, varias personalidades canadienses deploraban el proceder de las autoridades universitarias respecto a las acusaciones de agresión sexual contra Stephen Galloway, profesor del departamento de creación literaria. Los firmantes catalogaron la actuación de la universidad como injusta y poco transparente, evitando así la posibilidad de que el profesor se defendiera. Atwood fue uno de los firmantes más atacados, bajo el argumento de falta de solidaridad y de ponerse del lado del profesor y no de las denunciantes, rememora el diario El País.

Ante el alud de críticas de algunas de sus congéneres, Atwood se reivindicaba con contundencia: “Creo que para que las mujeres tengan derechos civiles y humanos, deben existir derechos civiles y humanos para todos. Punto. Incluido el derecho a la justicia fundamental”.

La denuncia cibernética de un supuesto delito es un recurso barriobajero, mucho más ruin si no va acompañado de la consiguiente denuncia ante la justicia, algo que casi nunca ocurre; todo ello con el agravante de que el alfilerazo en las redes de estas feministas implacables y sus aliados suele derivar en la lapidación del virtual agresor, gestada en un ambiente de indefensión absoluta.

Peor aún. Muchas feministas, como las del inefable movimiento Femen, continúan demonizando al denunciado incluso después de que la justicia, tras la correspondiente investigación, no encontrara vestigios de culpabilidad.

Pero la posverdad prevalece también entre las feministas más furibundas y su percepción emocional acaba sobreponiéndose a los hechos lo que les permite construir una realidad paralela, que es en la que ejercen a destajo, sin ninguna traba.

Por supuesto, estas feministas que buscan imponer su pensamiento único se permiten desterrar a aquellas mujeres que traicionan las esencias de un movimiento que sólo ellas están en condiciones de interpretar cabalmente.

Resulta ya cansino traer a colación la evidencia de que ser mujer no garantiza absolutamente nada. Es una marca genética y, como tal, no puede determinar comportamientos sociales de ningún tipo. Tampoco admite distintivos, más allá de los meramente biológicos. Empeñarse en lo contrario, es un simple acto de fe. Y como tal debe ser tratado.

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