12 de octubre: todos estamos endeudados...

El presidente de Venezuela Nicolás Maduro exigió a España que invalide la fiesta del 12 de octubre y demandó al rey Felipe VI que, amén de indemnizarlos, pida perdón a los pueblos indígenas por la invasión y el genocidio cometidos durante la colonización de América Latina. Efectivamente, España tiene muchas deudas pendientes con ese controvertido episodio de la conquista que en cualquier caso encierra complejidades mayúsculas y que merece ser abordado sin prejuicios y a fondo desde las dos orillas. Pero puestos a hacer el recuento, también los países latinoamericanos tienen algunas deudas por saldar con los pueblos indígenas que continúan marginados y empobrecidos dos siglos después de que se produjeran las primeras independencias americanas.

Todavía más: no pocas tribus estaban ya sometidas a los mandatarios locales cuando llegaron los españoles, por más que esos tiempos precolombinos se vistan ahora de seda.

Los aztecas, los mayas o los incas constituyeron imperios que como tales ejercieron el poder con pocos miramientos, expandiendo sus credos por todos los medios, y sojuzgando a los más débiles mucho antes de la conquista. Y esta lectura también hay que hacerla, con la perspectiva debida, reposadamente.

Maduro ha bautizado al 12 de octubre como "Día de la resistencia indígena", una resistencia que ¡oh, contrariedad! se prolonga hasta el día de hoy, porque muchos pueblos autóctonos siguen excluidos cuando no francamente desatendidos, también en Venezuela, bajo instituciones y gobiernos muy distintos de los de entonces, con el agravante de que el racismo colea todavía con fuerza en un continente en el que, lamentablemente, la mayoría de los indígenas sólo cuenta en las estadísticas.

Precisado lo anterior, soy partidario de revisar el alcance de una fiesta que además se utiliza para ensalzar valores nacionalistas que no comparto en absoluto; pero la reinvención del 12 de octubre no se puede hacer desde el eurocentrismo o la demagogia.

La nueva fecha tendría que dejar de evocar fantasmas huraños para convertirse en depositaria de un espíritu festivo y verdaderamente comunitario , sin estigmas, previo consenso generalizado tras un debate abierto. Muy abierto.

Siendo diferentes como son los grados de responsabilidad en aquellos hechos y sus desenlaces, a españoles, portugueses y latinoamericanos nos toca hacer terapia de grupo si queremos reencontrarnos y compartir el mismo tren, aunque sólo sea para que cada quién elija después libremente la estación en la que quiere apearse.

Preferentemente, que el punto de unión tenga lugar lejos del resquemor y de los complejos de uno u otro signo que sólo sirven para agrietar cualquier convivencia.

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