Cuba y su raquítico entorno

Con todas sus luces y sombras, Fidel Castro fue un líder imprescindible, partiendo de la base de que el bloqueo económico y comercial decretado por Estados Unidos desnaturalizó el proceso revolucionario desde sus orígenes, desplazando el eje de gravedad de la isla, y obligando al régimen de La Habana a fortificarse y a modificar buena parte de su ideario, mientras ofrecía una tenaz resistencia al embargo, no sólo de carácter ideológico.
En esas difíciles circunstancias Cuba ha alcanzado niveles de educación y salud inéditos en América Latina. Ciertamente, lo más reprochable es el déficit de libertades que sigue registrándose en la mayor de Las Antillas. Pero en cualquier caso las críticas al régimen de La Habana tienen que estar tamizadas por la deprimente realidad de su entorno y la falta de alternativas viables.
En la práctica totalidad de los países latinoamericanos con democracias formales, la desigualdad, la pobreza y la precariedad social continúan haciendo estragos. Salvo Costa Rica y Uruguay, donde la asimetría es menor, no existen modelos en América Latina que reflejen un equilibrio medianamente aceptable entre libertades y progreso, entendido este último en términos colectivos.
Con tan raído telón de fondo, es evidente el riesgo de que la instauración en Cuba de una democracia de corte neoliberal acabe desmantelando los logros sociales y regrese a la isla a una dependencia insalubre de la potencia norteña, a la que ha estado subordinada desde su independencia.
Los impulsos privatizadores propios del capitalismo y la llegada de una competitividad rampante, no sólo dislocarán a la sociedad cubana generando importantes bolsas de miseria, exclusión y marginalidad, sino que también apagarán ese espíritu solidario que ha distinguido a la revolución desde su nacimiento.
Sólo hace falta repasar lo sucedido en los países que integraban la antigua Unión Soviética, muchos de ellos degradados a simples caricaturas, para predecir el escuálido porvenir que le espera a Cuba con el arribo de un sistema que tiene mucho más de capitalista que de democrático. Cuanto más acelerado sea el reciclaje, peores serán las consecuencias.
En este menguado escenario, la actualización del sistema cubano no puede inspirarse en realidades tan imperfectas como las que predominan en República Dominicana, Guatemala o Perú, por citar tres ejemplos de países latinoamericanos donde rigen democracias formales con sociedades socavadas. Sencillamente, no existen en la región los suficientes puertos de referencia; tampoco abundan las rutas por las que el país caribeño pudiera transitar hacia un sistema de libertades sin una merma sustancial de sus conquistas sociales.
Las experiencias de Costa Rica y Uruguay no dejan de ser excepcionales. Y se deben, entre otros factores, a sus reducidas dimensiones territoriales y demográficas y a una aventajada madurez cívica, cocinada a lo largo de una historia igualmente singular.
Por ello, con su tradicional falta de recursos energéticos y su conflictiva cercanía a Estados Unidos, junto a una insularidad que tampoco ayuda, lo más probable es que Cuba siguiera fiel a la regla latinoamericana para convertirse en otra nación minusválida tras su incorporación al mundo de las democracias capitalistas.
Esta preocupante ausencia de destinos y trayectos prometedores tendría que servir para que nos acercáramos a la revolución cubana con sumo cuidado. Es materia muy sensible; y como tal hay que tratarla a la hora de ahondar en su futuro.

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