Trump, quizás el mejor rival para Hillary

Partiendo de la base de que Donald Trump es un sujeto que no debería figurar en ninguna contienda electoral decisiva, ni siquiera como doble, su más que probable proclamación como candidato del partido Republicano puede aumentar las opciones de Hillary Clinton de llegar a la Casa Blanca.

El discurso de Trump, demasiado reaccionario, revanchista y xenófobo incluso para los clásicos líderes republicanos, suscita el rechazo de buena parte de la población estadounidense que observa con estupefacción el irresistible ascenso de un empresario al que algunos le reían al principio las payasadas y que hoy genera sobre todo desasosiego al encaramarse como alternativa conservadora.

La sobrepresencia mediática y los excesos verbales de Trump le han permitido a Hillary Clinton ahorrar muchas energías y no menos explicaciones que tendría que haber dado más en detalle sobre pasados comportamientos, si su contendiente se hubiera batido desde trincheras más convencionales y no desde una atalaya dinamitera.

Es probable, sólo probable, que el temor que inspira el desembarco de Trump en la Casa Blanca entre el establishment en general, incluidos los poderosos sectores financieros e industriales, desmovilice a una parte de su potencial electorado, modere el voto menos fundamentalista y sirva para que Hillary atrape votos por la izquierda, tal como ocurre en Francia cuando en segunda vuelta el candidato conservador aparece como la menos mala de las alternativas frente al asedio electoral de la extrema derecha. Quizás.

En términos estrictamente objetivos, la candidata demócrata no podía tener mejor rival para consagrarse como la futura presidenta de Estados Unidos, a pesar de sus carencias, su amor por la chequera y su estilo tibio evidenciado por Bernard Sanders, un político con mucho más empaque y calado que ella, aunque demasiado incómodo para el poder establecido; en términos estrictamente políticos, el éxito de Trump no sólo es muy preocupante. También refleja la honda frustración de amplios sectores de la población que se han descolgado desde hace tiempo del tradicional juego electoral y que, entre otras rabietas patrioteras, responsabilizan a la casta de Washington de la inseguridad y decadencia de Estados Unidos, país al que Trump quiere devolver su lustre imperial.

Parte sustancial de estos votantes desencantados son clasemedieros y trabajadores, muchos de ellos población blanca venida a menos, por lo que la estigmatización del otro, máxime si es forastero y llega del sur, está servida en algunos de los estados más deprimidos en términos económicos.

El hecho de que los recursos millonarios sigan marcando la diferencia en la carrera electoral, pervierte el sistema, invalida la igualdad de oportunidades y posibilita el aventurerismo del magnate de turno, en este caso de un personaje histriónico al que los medios serios de Estados Unidos le han dedicado no pocas páginas de repulsa por su actitud troglodita. Lo peor de todo: que ahí está, disputando la presidencia de la primera potencia mundial.

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