Georg Lukács
La gran mayoría de las novelas históricas siempre me han
parecido artificiosas, una suerte de remedos por la profunda distorsión que
calzan y por su mestizaje casi siempre fallido.
Aplicar la ficción a determinada etapa histórica a fin de
reinventarla mediante tramas hechas a medida del consumidor medio, es un
ejercicio cada vez más extendido entre los plumíferos de muñeca fácil. Pero el
aporte de este género retro suele estar muy por debajo del listón exigible a
cualquier empeño artístico.
Es además la novela histórica un recurso muy frecuente
cuando escasea la imaginación, el talento o el trazado. Sin embargo, muchos de sus
autores, excesivamente cotizados, alardean de sus obras como si estuvieran
revelando verdades ocultas bajo siete llaves cuando en realidad lo que hacen es
defraudar por partida doble.
Pocas veces este experimento novelesco resulta exitoso.
El pasado es un buen abrevadero; pero no se presta a ser
materia maleable.
En este sentido, y pensando en el artista como contribuyente
neto, me prefiero lukacsiano: el novelista debe ser sobre todo un cronista de
su tiempo.
En estas fechas de literatura bochornosa, mediática, oportunista,
mercantil, facilona, reivindicar a pensadores como Georg Lukács es un
imperativo categórico.
Sus estudios sobre El Quijote y otras novelas de altura son sencillamente
impresionantes.
Y su legado como teórico, imprescindible.
Por supuesto, entre tantos pendejos con iniciativa, emprendedores
de quinta, arribistas, académicos consensuados, y famosos que aspiran a vivir
de las rentas como escribidores, con la ignorancia anidando en todos y cada uno
de ellos, los grandes que nos han antecedido, no sólo en el ámbito literario, son
personajes poco menos que anecdóticos.
Es cultura, con mayúsculas, la que se echa en falta. También
en el mundo de la ficción.
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