¿Podrá realmente Podemos?

No se pueden lanzar las campanas al vuelo y anunciar a bombo y platillo el fin del bipartidismo en España, por más que las formaciones hegemónicas, sobre todo el PP, hayan sufrido un importante voto de castigo en las pasadas elecciones municipales y autonómicas.
Ciertamente parece que han cambiado las reglas del juego y que el bipartidismo ha quedado abollado tras su paso por las urnas, pero el predominio del PP y del socialista PSOE se mantiene en todo el territorio español, tanto a nivel municipal como en los parlamentos regionales donde relegaron a los emergentes a la tercera y cuarta posición.
El partido del presidente Mariano Rajoy habría perdido más de dos millones y medio de votos y el PSOE unos 700 mil, lo que evidencia un notabilísimo desgaste electoral. Pero desgaste al fin y al cabo, porque ninguno de los dos se ha desplomado a pesar de los estropicios causados en los últimos años, principalmente por los duros recortes del partido gobernante.
Los numerosos casos de corrupción que afectan a ambas formaciones que se han turnado en el poder desde 1982, por lo que comparten responsabilidades mayúsculas a la hora del recuento de los daños, también han pasado su factura. Pero sin grandes escándalos.
Conservadores y socialistas mantienen en España un voto prácticamente cautivo, en una horquilla que abarca del 25 al 35 por ciento en cada caso y que rentabilizan incluso en las peores circunstancias, lo que permite su supervivencia en las condiciones más hostiles, como eran las que rodeaban las elecciones del pasado 24 de mayo.
En la mayoría de los municipios el vuelco a la izquierda se va a producir como consecuencia de la incapacidad de la derecha española para gobernar en solitario tras haber ganado las elecciones en la mayoría de los ayuntamientos.
Serán las previsibles coaliciones de izquierda, y no el voto directo, las que expulsen de muchos territorios municipales al PP, de la misma manera que el apoyo puntual y por ahora inescrutable del enigmático Ciudadanos podría permitir al partido gobernante retener un significativo porcentaje de ayuntamientos.
En las comunidades autónomas donde Podemos se ha presentado a cara descubierta, con su marca, ha obtenido terceros lugares y, en algunos casos, a considerable distancia de los socialistas y los conservadores que coparon de nuevo los parlamentos regionales.
Este dato no resta importancia al aterrizaje del partido emergente en las instituciones españolas; pero lo relativiza.
Al igual que en los ayuntamientos, el PP ganó en la mayoría de las 13 comunidades autónomas que estaban en disputa, aunque lejos de las mayorías absolutas de antaño.
Es otro registro desalentador, por más fuelle que haya perdido el 24 de mayo la derecha española que sigue teniendo un granero de votos lo suficientemente abastecido como para poder superar los momentos críticos sin que los daños sean irreversibles.
Ciertamente, y a nivel municipal, las coaliciones apoyadas por Podemos han conseguido algunas proezas que hay que reseñar, como estar en condiciones de desbancar al PP del ayuntamiento de Madrid en alianza con el PSOE, ya que la derecha también ganó en la capital española, aunque con muchos apuros.
Parece evidente que el ascendiente de Podemos se localiza sobre todo en los grandes núcleos urbanos y que es ahí donde el partido de los indignados puede jugar sus mejores bazas electorales como se ha puesto de relieve en algunos municipios importantes.
El bipartidismo español quedó tocado el 24 de mayo; pero no se ha hundido.
A la luz de los resultados, al PP y al PSOE les queda mucha más vida política que la que les presagiaban antes de los comicios los dos partidos (Podemos y Ciudadanos) que canalizan mayoritariamente el espíritu de protesta.
Los meses que faltan hasta las elecciones generales de noviembre de 2015, serán decisivos para medir las potencialidades de Podemos que hasta ahora no ha logrado noquear al adversario, como era su propósito manifiesto.
El alcance de las alianzas políticas a nivel municipal y la mayor exposición de Podemos que estará más fiscalizado por la opinión pública tras su desembarco institucional, serán factores importantes para calibrar la futura pegada del partido emergente que, a partir de ahora, no podrá rehuir tan fácilmente los posicionamientos ideológicos.
Todo parece indicar que los comicios de noviembre estarán más que reñidos. Y que PP, PSOE, Podemos y, en menor medida Ciudadanos, llegarán a los codazos en su apretada carrera hacia La Moncloa.
Sinceramente, no creo que el desgaste del PP se pronuncie en exceso más allá de la erosión propia del ejercicio del poder, habida cuenta de que ya pasó lo peor de la tormenta macroeconómica.
El final del mandato de Rajoy se anticipa algo más mullido, por lo que el líder de la derecha intentará sacar los réditos correspondientes en las urnas, aunque la microeconomía siga devastando estos lares.
Tampoco contemplo que el PSOE retroceda mucho más en las próximas elecciones generales, lo que dejaría a Podemos un margen de maniobra muy tasado.
En cualquier caso será a partir de la cita de noviembre cuando se pueda hablar con rigor del fin del bipartidismo, si es que alguno de los emergentes logra perfilarse como alternativa de gobierno, algo que hoy por hoy no sucede.
Habrá pues que esperar acontecimientos para saber si el anunciado sorpasso de Podemos se queda sólo en acelerón o, lo que es lo mismo, en encomiable afianzamiento.
Por lo pronto y en función de los resultados de las elecciones autonómicas en las que se presentaba con nombre y apellidos, y en un contexto particularmente favorable por los estragos de la crisis y el profundo desencanto, el partido de los indignados españoles no ha tocado poder real; sólo ha conseguido ser el tercero en discordia.

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