El ébola y la ley de Peter

La Ministra de Sanidad, Ana Mato, ha facturado un titular que habla a la perfección del talante que distingue a los gobernantes españoles vinculados al muy conservador Partido Popular (PP) a la hora de atajar las grandes crisis, en este caso la del virus del ébola.
"Probablemente no lo hemos hecho todo bien",  ha sugerido la Ministra después de dos semanas en las que se han aireado con creces los mil y un errores cometidos, graves, por el Gobierno del PP y, evidentemente, por la titular de sanidad.
Expertos y profesionales se han sumado al carro de las críticas que se antojan más que razonables habida cuenta de la cadena de despropósitos que echaron a rodar tras el traslado a España de los dos religiosos fallecidos que contrajeron el ébola durante su labor misionera en África.
La prepotencia gastada por las autoridades ibéricas para justificar la repatriación, sólo puede gestarse en un país acomplejado que no se resigna a ocupar el sillón de potencia media que le corresponde y que, llevado por una suerte de melancolía imperial, se empeña en jugar en ligas mayores con un equipo obsoleto y sin que haya sido invitado previamente.
El presidente Barack Obama está coordinando con los líderes europeos una estrategia para evitar la expansión del virus que, por cierto, lleva años haciendo estragos en territorio africano sin que a Occidente le preocupe lo más mínimo la tragedia, probablemente porque se ceba en ciudadanos negros y desarrapados.
Pues bien, entre los líderes reclamados por Washington para encarar el ébola, no se encuentran los españoles, sino los dirigentes de las potencias europeas (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia) que realmente cuentan en el concierto internacional.
Este afán de España por figurar en escenarios que le son vedados por su condición, sólo puede conducir a la frustración, empeorando de paso su desempeño a nivel nacional e internacional.
La vanidad ibérica que está muy extendida y de la que no sólo hace gala el Gobierno de Mariano Rajoy, afloró de nuevo tras el contagio de los misioneros españoles.
Los resultados de ese pulso fatuo no se han hecho esperar, evidenciando de nuevo que la torpeza está muy arraigada en este país donde se aplica sistemáticamente el principio de Peter: las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad hasta que alcanzan su máximo nivel de incompetencia.
Aunque yo matizaría la primera parte de este axioma, porque me temo que muchos de los promovidos ni siquiera realizaban bien las tareas que ejercían antes de que se balconearan malamente.
En este contexto garabateado, no se puede obviar el desmantelamiento de la sanidad pública promovido por la derecha española y que afectó directamente al hospital de referencia Carlos III, en el que fueron tratados sin éxito los dos religiosos afectados por el virus.
Todo un esperpento, de cabo a rabo.

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